Teofrasto Williams II

Texto escrito por: Héctor Hernández

Ilustrado por: Fernanda Ramírez (Cempasúchil de guayaba)

Usted escoge el color, raza y tamaño, nosotros les entregamos la compañía.

Esa era la frase que la pareja Williams vio en la entrada de aquella famosa y novedosa Clínica. Dubitativos, decidieron entrar. Informarse de la nueva compañía, no le hacía daño a nadie “¿Es posible que cumplan con lo que ofrecen?”.

—Tomen asiento, en un momento serán atendidos por uno de nuestros asesores —dijo la recepcionista que escribía en la computadora sin levantar la mirada. 

Así fueron recibidos, Teofrasto y Verónica, la pareja con cuatro años de unión, deseosos de elegir el mejor zoo-hijo que se adaptara a sus necesidades.

 Delante de ellos, estaba una pareja de orientales de edad avanzada; el hombre, vestido de traje y sombrero le hizo una mueca amistosa a Teofrasto.

Nín Hǎo ma—dijo el chino.  

Teofrasto no supo qué decir, solo correspondió con otra mueca. La china, igualmente, le sonrió. 

La puerta del cubículo se abrió, una mujer de aspecto jovial de cabello largo y morado salió con un zoo-hijo chihuahueño en los brazos. 

Qǐng jìnlái ba —indicó el joven Doctor, vestido de bata y cabello engominado, a la pareja.

Ambos pasaron.

 

Mientras esperaban, Teofrasto tomó una revista y empezó a leer un artículo con fotografías en blanco y negro. Verónica veía las noticias en la televisión, refrescándose con el aire acondicionado. Después de unos veinticinco minutos, la puerta del cubículo se abrió y la pareja salió con un semblante poco agradable.

Wǒ gàosùguò nǐ bùyào lái—dijo enojada la mujer, antes de dirigirse a la recepción.

—Pasen, por favor. —les indicó el Doctor a la pareja Williams.

Teofrasto dejó la revista y ambos entraron al consultorio.

 

—Disculpen el humor de los asiáticos, eso pasa cuando no se ponen de acuerdo ¿Se imaginan a esa pareja de chinos con un zoo-hijo dálmata con cara de niño chino? Inimaginable.  Eso era lo que ella quería. Él, uno de Angora.

“No es que yo sea racista, pero les sugerí que escogieran un zoo-hijo acorde a su raza, un Chow-Chow, por ejemplo, para estar más apegados a sus orígenes; como un pastor alemán para los alemanes o un chihuahueño para los mexicanos. Bueno, ustedes comprenden, así es como debería  ser aunque, a final de cuentas, el cliente es quien decide. Como han visto en los anuncios, los servicios que ofrecemos son cien por ciento garantizados.

—Usar genes de dos razas de animales diferentes ¿no es  antinatural? —preguntó Teofrasto un tanto desconcertado.

—¿Recuerdan la llamada eutanasia?, ¿quién no la usó alguna vez para el bien morir de un familiar? Mencionarla causaba escozor en sus inicios. Eso era doble moral por parte de las sociedades antiguas. Los tiempos han cambiado. Yo les ofrezco la oportunidad de tener alguien que les haga compañía. Recuerden que pueden elegir entre perro, mono, gato…, hasta los puercos de guinea son muy solicitados.

Verónica no mencionó palabra alguna.

—No seamos moralistas, éstos experimentos han existido desde siempre. Moreau y Menguele practicaron la combinación de ADN´s, teniendo un éxito conocido. Por otro lado, el tener coito con animales puede dar resultados aleatorios como el producto que yo les ofrezco, sólo que mejorado científicamente. No se alarmen, aquellas prácticas zoofílicas eran comunes en algunas culturas de antaño; hombres y mujeres lo practicaron a lo largo de toda la historia por igual.

El Doctor guardó silencio por un momento cuando vió a Verónica con un semblante poco agradable.

—Su marido no tendrá que hacer nada aberrante, sólo nos proporcionará su código genético. Luego deberá escoger a la donante secundaria, quien va a gestar el producto final quien les hará compañía por el tiempo que ustedes decidan.

—Está bien, creo que tener esa compañía nos hará sentir como una verdadera familia —dijo Verónica con sinceridad después de escuchar la explicación.

—Firmen aquí —dijo el Doctor entregándoles unos documentos.

 

Rubricaron como habían acordado. Después, Teofrasto entró al laboratorio para una extracción de ADN. Cuando salió, el Doctor les mostró en una pantalla cómo sería el zoo-hijo que viviría con ellos dentro de poco. 

—Eso es todo por el momento, por favor pasen a la recepción a cubrir los honorarios.

Ambos salieron del cubículo, pagaron y fueron a dar una caminata por el parque central. Al final se sentaron a descansar en una banca.  No era raro ver a personas cargando zoo-hijos de muchos tamaños y razas en sus brazos, o llevados de correas.

—¿Crees que elegimos la mejor opción? —preguntó Verónica.

—El tiempo lo dirá —contestó Teofrasto.

Durante el periodo de gestación, ambos contuvieron un nerviosismo que no querían externar. Él se la pasaba en la oficina pensando en su nuevo rol de padre. Ella especulaba cómo sería realmente la cara del nuevo miembro de la familia. 

Coincidieron en elegir la ropa color azul, pues de antemano sabían el sexo de la nueva criatura.

 

Tres meses después, regresaron a la Clínica. 

 

Quedaron sorprendidos cuando vieron al zoo-hijo caminar hacia ellos con rasgos faciales semejantes a los de ambos, pero con el cuerpo de un mono macaco, vestido de sombrero y smoking.

—Buenos días, soy Teofrasto Williams II —dijo el zoo-hijo antes de abrazar a sus nuevos padres.

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