Reseña de Temporada de Huracanes de Fernanda Melchor

Escrito por: Silvia Andrea Castelán Huerta

Rescatar la humanidad a través de un texto es una tarea peculiar que requiere de un carácter que puede caer en lo quisquilloso. Por lo general, el autor es el responsable de, a través de sus propias retinas y dedos, humanizar el texto, pues uno vive de lo que conoce y lo que se conoce es lo que se puede plasmar; no necesariamente describiendo –y ahí yace el verdadero reto– sino relatando la historia, porque para relatar apropiadamente un suceso hay que entenderlo, desmenuzarlo y acicalarlo entre nuestros brazos; describir, en cambio, es una simple concatenación de significantes estáticos.

Fernanda Melchor con su novela Temporada de Huracanes, se encarga de imprimir una humanidad que a diferencia de muchas otras obras que han buscado retratar la efervescencia del salpicadero de lodo que es este país , es inherente a su narrativa de una manera en la que sangre, sudor y semen cubren las manos de uno al ir pasando las páginas; una realidad humana tan cruda y condimentada que incluso corre con el riesgo de dejar al lector con empacho de ojo.

Melchor nació en 1982 en Boca del Río, Veracruz, mismo lugar donde estudió la carrera de periodismo en la Universidad Veracruzana. Ha escrito un par de novelas –solo he leído su recopilación de crónicas: Aquí no es Miami, que personalmente me pareció fantástica– y ha recibido diferentes premios literarios y periodísticos; sin embargo, no fue hasta Temporada de huracanes que su nombre realmente hizo vibrar la literatura nacional. A  pesar de todas las carencias, defectos y de nuestro enraizado individualismo, todavía somos susceptibles al movimiento de una turbulencia.

Temporada de Huracanes está conformada por una serie de relatos que se narran de una manera bastante emparentada a la crónica. Cada hecho es narrado por diferentes personajes relacionados de alguna u otra manera con el que pareciera el foco central de nuestra historia; el misterioso asesinato de la Bruja del pueblo. Con cada relato embadurnado de un diferente hedor rasposo, Fernanda Melchor entierra un embudo por el que traspasa en un dos por tres un licuado de imágenes palpables y sumamente potentes directamente a nuestros cogotes. La autora no pasa por alto la oportunidad de echar un poderosísimo laxante que es el de retratar con toda la fidelidad que su pluma le permite la realidad de un país enquistado en la violencia e impunidad. Y vaya que el laxante funciona.

El libro comienza con una muerta. Una muerta podrida que podría ser nada más que una cifra extra dentro del número de cáscaras humanas que fertilizan los sembradíos nacionales. Asesinaron a la Bruja y fue hallada por un par de escuincles curiosos entre los chapoteos del río. Con este hecho sórdido que pareciera que está por dar paso a una novela detectivesca empapada de suspenso, la autora logra inmiscuirse a la miseria latente que es la vida –sobre todo en la soledad de un pequeño y viejo pueblo que derrocha precariedad en todos los sentidos– y la retrata deliciosamente en hojas a las que no les sobra ningún espacio. El infame retrato nacional no necesita de verde, blanco y rojo ni de pulgares de secuestrados enviados dentro de sobres para extorsionar; el retrato nacional en esta historia yace en la brutalidad del día a día que vive cada uno de estos personajes que probablemente existen, existieron o existirán en un país que inhala y exhala esmog y carroña.

El texto se siente como una persecución en la que uno como espectador cumple el papel de tratar de alcanzar eso que parece que con cada página se nos escapa. La estructura, en cuanto a la puntuación (casi nula) funge como uno de los factores principales que contribuyen para lograr el efecto mencionado. La prosa corre jadeando violentamente, y uno no puede hacer otra cosa más que aguzar todos los sentidos servibles para intentar mantener el paso que, precipitado y como verborrea de mercado, es casi imposible de seguir. El manejo del lenguaje es tan simple como complicado, se mueve a través de herramientas tales como los mexicanismos abundantes que quizá uno siendo lector extranjero, tendría que aprender y adoptar rápidamente para poder agilizar la lectura.

Hay una línea bastante delgada en el intento de representar a la gente por medio de su lenguaje –con lenguaje me refiero a las maneras específicas de hablar que cambian en cada zona– en el que tendemos como autores a caer en la exageración de, por ejemplo, groserías o vulgaridades, o bien; en el extremo formalismo. Ninguna de estas sirve, pues si de por sí estamos a la hora de leer conscientes de estar adentrándonos de lleno en una ficción, está se vuelve demasiado inasible si no encontramos cualquier cosa que funja como anclaje a la realidad, y la manera en que representamos el lenguaje o logra repeler o logra enganchar.

Haré hincapié en el manejo del lenguaje de la autora, pues el control sobre éste es tan orgánico como cáscara de plátano. Es una delicia que va envolviendo hasta asfixiar, incluso me atrevo a decir que llega a incomodar, con cada capítulo que iba engullendo, mayor era la ansiedad que sentía, pues no pude evitar sentir como si estuviera leyendo un diario secreto a escondidas, como si conociendo los secretos de los personajes –tan viscerales– me volviera cómplice del crimen “pasional” que finiquitó la respiración triste de la Bruja, como si alumbraran las pelusas debajo de la cama, las que es muy fácil ignorar porque no se pueden ver a menos que ilumines directamente.

Tengamos en cuenta que esta elocuente capacidad de Melchor para retratar de la manera más fidedigna que le es posible su entorno no es gratuita; todo lo contrario, en las voces de su narrativa es más que evidente: esta chica suda conocimientos periodísticos, mas nunca cae en la “frialdad” de la mera crónica. Toma la voz como pocos literatos de profesión serían capaces: como es, sin mayor ornamento que la realidad misma que es proyectada en la mente de uno como espectador teniendo como recurso el empleo del lenguaje mexicano: sucio; sin embargo, la autora lo manipula para plasmarlo pulcramente. Siempre es interesante ver a personas fuera de “su ámbito laboral” escribiendo, pues estos no suelen caer -inconscientemente quizás- ni en lugares comunes ni en modelos estructurales forzados o, por el contrario, sumamente tradicionales.

A manera de cierre, quisiera recalcar que –situándome de nuevo en una posición quizás un poco más personal que crítica– pocos libros best-seller actuales logran cautivarme más allá de lo momentáneo, por lo general suelo identificar el factor que provocó que tanto el mercado como los consumidores engullan el producto con gula, y el libro de Melchor tiene el día de hoy el reconocimiento que tiene debido al talento palpitante, a la tenacidad, y la valentía de sostenerle la cara a la intimidad del dolor y la podredumbre.

Bibliografía:

Melchor, F. (2018). Temporada de huracanes. Ciudad de México. Penguin Random House.

© 2020, Celdas literarias, Reserva de derechos al uso exclusivo 04-2019-070112224700-203

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