Escrito por: Alejandro Adame Rábago
Ilustración por: Martha Saint Martin
Ya no hay formas, hay colores desdibujados
que mutan en diversificaciones
el negro, el rojo, el blanco, el gris
de pronto son posibilidades:
El negro
es la piel de los párpados
que obstruye la mirada del mundo.
Es la noche que tapa al día
como las olas a la arena
donde las estrellas son la espuma
que se arrastra sobre el mar.
Es el oscuro jardín dormido
que despierta con las luciérnagas
que caen en forma de gotas de lluvia.
El rojo
es un charco de sangre
acompañado de desierto, de olvido
aunque no se haya secado todavía.
Es también el goteo del corazón
que se va desintegrando
hacia un lago rojo:
charco de sangre en el vientre.
Es lava que es lágrima
y resbala por el rostro caliente de piedra.
Es sudor de espadas, goteo de balas,
motores de cuerpos esparcidos
como pinos enfilados en el bosque.
El blanco
es la arena de la luna,
los pedazos de nube que caen al mundo
cuando el muerto olvida su peso al hollar.
Es la cara dulce del tiempo
que pasa en el reloj de arena.
Es la lágrima tan pesada
que en su infinita sustancia
carga un pedazo de alma,
alma blanca, blanco esencia
de la base invisible
de la trascendencia.
El gris
es ver, ya sin esperanza
a la poesía cayendo por el precipicio.
Es la ceguera lúcida
de recordar un momento
que nunca sucedió.
Es con los ojos sentir una textura
por la desesperación de la ausencia tan cercana
de no saber ya cómo tocar.
Es el gris la frontera, el margen, el imposible
de encontrar el centro de las cosas.
No sé qué son, tal vez
sean mezcla infinita, demostración
de que el mundo no es uno y que uno
puede estar integrado en una gota de color.
© 2020, Celdas literarias, Reserva de derechos al uso exclusivo 04-2019-070112224700-203