Leonor

Autor: Tania Rivera

Otra vez no ha llegado mamá a recogerme de la escuela. Seguro ha tenido un mal día; uno que le impide levantarse de la cama, dar de comer al perro y pasar a buscarme con esa sonrisa forzada, esa sonrisa que no muestra los dientes y que es tan tímida que solo se manifiesta en las comisuras de la boca.

Aunque sé que lo más probable es que mamá esté en la cama con esa pijama manchada de lágrimas y mocos, la busco entre la multitud de faldas grises alrededor del puesto de mangos y jícamas con chile. Quizá hoy es un buen día y fue a comprarme un helado de chocolate, de esos que solíamos comer cuando era pequeña, y todos los días eran buenos; soleados y las sonrisas de mi madre eran de verdad, no como los destellos falsos de ahora.

Ella no aparece y no hay helado ni sonrisas forzadas. Se van disipando las faldas grises y mejillas chapeadas por el calor del verano. Solo quedamos Josefina, una chica de mi grupo, y yo. Nunca hemos hablado. En realidad Josefina no habla con nadie. El único recuerdo que tengo de su voz es el débil “presente” que responde en todas las clases;ella no está. Nunca está. Su mirada siempre perdida.

Josefina es tan gris que la falda se ve opaca a su lado, en ella los colores del verano no se notan. Siempre es la última en irse e incluso hay rumores que aseguran que  vive en la escuela, solo sale a la calle para despistar a todos;su casa en realidad es el cuarto oscuro junto a la dirección donde guardan las escobas. Allí la señora de la cafetería le deja unas papas o unos chicharrones por si le da hambre. Josefina hace su tarea en la cancha mientras hay luz y cuando anochece, se mete dócil entre las escobas y duerme hasta el otro día.  Nadie conoce tampoco a su madre. Nunca ha ido a una junta. Algunas personas cuentan que quedó deforme después de dar a luz a Josefina; que tiene un vientre abultado y podrido por dentro del contacto con su hija. Hay gente que dice que la madre no deseaba serlo, así que tomó unas hierbas que le vendieron en el mercado y quedó loca. 

Pienso en todos esos rumores mientras espero a que el día malo de mi mamá haga una pausa que le permita acordarse de mí. Observo a Josefina y me pregunto si conoceré a su madre loca o si tendré que alejarme unas cuadras para permitirle regresar junto a los recogedores y botes de basura. Ambas esperamos.

Aparece una mujer joven, hermosa, de cabello luminoso y porte de princesa. Se acerca a nosotras,Josefina, dócilmente recoge su mochila del suelo y la pone en sus hombros. Comienza a avanzar, pero la mujer me observa.

-Hola ¿No han llegado por ti? ㅡNiego con la cabeza. Ella sonríe y añadeㅡ. -No te puedes aquí solita. Mira, te invito a comer y llamamos a tu casa para que sepan dónde estás ¿sale?ㅡ. Miro un instante a Josefina como preguntando si le molesta que vaya a su casa, pero ella permanece impasible.

 

 

La casa de Josefina no es un cuarto de escobas, pero es igual de oscura. Me llevan caminando hasta una casona vieja con ventanas rotas, puerta podrida y musgo creciendo en las cornisas. Apenas se puede distinguir el número 7 pintado con gis en una de las paredes. Josefina se quita la mochila, saca unas llaves igual de viejas que la casa y abre la puerta, aunque con lo podrida que está me sorprende que no haya sido tirada por el viento. El interior de la casa es deprimente. Polvo, muebles con el tapiz arañado y papeles de revista esparcidos por el suelo. La madre de Josefina se excusa por el desastre, añadiendo que la señora que les ayuda con el aseo se ha tomado unas vacaciones.

Me conducen a la sala. Me siento  con todo y mochila en un sillón color verde menta que en otros tiempos debió ser muy caro. En la mesita de centro también hay retazos de revistas recortadas. La televisión está prendida, solo se ve estática. La señora golpea un poco el aparato intentando que encienda, cuando fracasa en lugar de apagarla, simplemente baja el volumen. Josefina reaparece con una ropa igual de gris que el uniforme.

ㅡ¡Qué bueno que vienes, Jose!  Mira, dale el teléfono a tu amiguita para que hable a su casa. Mientras voy a servir la comida. No, no, no. Deja aquí tu mochila. Ni modo que la andes cargando por todos lados.

Josefina se gira y comienza a avanzar. Yo la sigo. Avanzamos por varios pasillos hasta llegar a un cuarto lleno de muebles cubiertos por sábanas; destapa uno y aparece un teléfono grande y pesado. Se agacha un momento, saca un cable y lo conecta. Me observa cuando termina. Yo levanto el pesado aparato y marco el número de mi casa. Mi madre no contesta. El día debe ser tan malo que ni siquiera puede acercarse a responder. Vuelvo a intentar, sintiendo la mirada de Josefina en mis hombros. Ella lo nota, se voltea ligeramente dándome algo de privacidad. Finalmente mi madre responde. Le explico dónde estoy. Suspira aliviada y sé que del otro lado en su boca se dibuja esa sonrisa falsa. Una voz nos llama a comer, me despido y cuelgo. Josefina me mira de nuevo, lista para guiarme al comedor.

El comedor es una mesa larga y oscura para dieciséis personas. La mitad de la mesa está cubierta de recortes de revista y en la otra mitad hay tres platos de una sopa pastosa, en el centro un poco de pan cortado. Las vajillas se ven antiguas pero limpias y, aunque la comida no se ve apetitosa, es mejor que vivir comiendo chicharrones o papas de la señora de la escuela. La madre de Josefina se sienta en la cabecera y así parece más una princesa derrotada; una monarca sin reino que pasa hambre. Su hija se sienta y comienza a comer. Ni siquiera intenta tomar un pan. La reina tampoco toca su plato, prefiere observarme con curiosidad.

ㅡEntonces, ¿eres compañera de Jose?

ㅡSí, señora.

ㅡOh, nada de señora. ㅡSe ríe y creo que jamás había oído algo tan cálido con esoㅡ. Llámame Leonor. No soy tan vieja para ser señora. Seguro que Josefina te ha contado que la tuve muy chica. Sí, su padre era un productor de televisión, me dijo que podría hacerme famosa. Y ya sabes, ¿quién no quiere ser famosa? Me trajo aquí. Aquí nació Josefina. Aquí murió su padre. Nunca pudo cumplirme lo de ser actriz de televisión. No te creas, aún sigo intentándolo. Anda, come por favor… ㅡYo intento llevarme a la boca la papilla oscura que está en mi plato, al masticarlo me dan arcadas, disimulo comiendo un pan. Sorprendentemente, éste es blando, caliente, verdadero.

ㅡSí, como te iba diciendo, voy a ser actriz de televisión. Pronto tendré una audición y Josefina y yo nos iremos a vivir junto a todas las estrellas. Tendremos una casa blanca, enorme, con jardín y piscina. Hoy estuve afuera del estudio de televisión (de hecho, pasó allí todo el día)  y por fin me vieron. Un señor muy elegante me aseguró que podría hacerme famosa. Curiosamente no le sonaba el nombre de mi marido, pero es que hace tanto tiempo que murió. Jose tenía dos años cuando un día apareció muerto en la sala… Sí, el hombre me dijo que mañana tengo que ir a hacer un casting. Voy a ser la villana. ¿A poco no me queda el papel?

Hace esta pregunta más para su hija que para mí, pero Josefina continúa comiendo la papilla tan a juego con ella que ignora a su madre.

¡Y tú podrás ayudarme a ensayar! ㅡSe levanta sin tocar su plato. Yo aprovecho para comer otros dos panes, no vaya a ser que regrese y me pida que continúe comiendo su sopa.

Cuando regresa, Leonor está vestida toda de negro y trae un revólver en la mano.

ㅡ¿Qué te parece? Las villanas siempre se visten de negro. ㅡMe enseña uno de los múltiples recortes de revista que están regados por toda la casaㅡ. Muy bien, muy bien. Tú te pones aquí ㅡme levanta y coloca cerca de ellaㅡ Tú serás el galán de la telenovela. Solo quédate ahí, no tienes que hacer nada. Leonor se acerca a mí. Me mira directamente a los ojos.

ㅡ¡No puedes dejarme! ㅡgrita mientras me cachetea. No me muevo de la sorpresaㅡ. ¡Tú nunca vas a irte! ㅡColoca el revólver cerca de mi corazón. Lo carga. Me mira de nuevo a los ojos. Se ríeㅡ. ¡Ay no! ¿cómo crees que voy a matarte? ㅡríe más fuerteㅡ. Tú continúa. ¡Eres una gran actriz!  ㅡLeonor acaricia mi mejilla, donde me cacheteó. Su tacto es frío pero cariñosoㅡ. No te puedes ir, mi vida, p-porque yo te amo. ㅡY se deja caer de rodillas. Leonor llora a mis pies, pero no suelta el arma. La lleva a su sien.

ㅡ¡Sí te vas me mato! ㅡYo intento levantarla del suelo, quitarle el arma.  Ella se resiste, se abraza más fuerte a mis piernasㅡ. ¡Yo te amo! ¡No me dejes! ㅡLeonor sigue gritando, apretando mis piernas con furia. Yo con el peso me tambaleo un poco, miro a Josefina para pedirle ayuda.

ㅡ¡Ya veo! ¿Me vas a dejar por ésta? ㅡapunta con el arma a Josefina. Ella continúa comiendo su sopaㅡ. ¡Anda! ¡dime que la amas a ella! ㅡLeonor dispara en la mesa. El impacto tira el pan y rompe los platos. Josefina deja de comerㅡ. ¡Tú eres mío! ㅡcontinúa gritando y ahora apunta directo a mi cabezaㅡ. ¡Prefiero matarte que dejar que te vayas con esta zorra!

Leonor dispara a mi cabeza. El arma no hace ningún ruido. La madre de Josefina se ríe.

ㅡ¡Sólo tiene una bala, cariño! No creerás que voy a matarte ¿o sí? ㅡElla se limpia las lágrimas que han salido por el forcejeo, ahora baja el arma a mi pecho.

ㅡ¿Pero sí podría matarte, no? ¡Te vas a ir con otra! Así como se fue mi marido. ¿Me vas a dejar botada con otra niña? ¡NO! Acuérdate lo que te pasó cuando me dijiste que te ibas.

Leonor dispara al techo, de nuevo la pistola exhala sin ruido. Ella comienza a llorar. Suena el timbre.

ㅡDebe ser mi mamá ㅡdigo aliviada.

Josefina se dirige a abrir la puerta. Aprovechando el desconcierto, corro por mi mochila. Busco la salida, pero entre tantos pasillos oscuros me pierdo. Escucho la voz de mi madre saludando, yo me aferro a ella, al recuerdo de su sonrisa falsa. Encuentro la salida y me arrojo a sus brazos, la cual se ha cambiado la pijama repleta de mocos por un suéter rojo, como los que ocupaba en los días buenos. Allí ha llegado también Leonor, quien saluda con su porte de reina macabra. Se estrechan las manos y mi mamá agradece el favor.

ㅡNo hay de qué. Me ha encantado tenerla aquí. Puede venir cuando quiera, siempre necesito ayuda para ensayar.

 

 

 

 

Tania Viridiana Hernández Rivera (Xalapa, Veracruz 1997). Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana. Obtuvo el primer lugar en el 11° Concurso de cuento  infantil y juvenil de la Editora del Gobierno del Estado de Veracruz (2021) y mención honorífica en el Premio Nacional al Estudiante Universitario en la categoría relato Luis Arturo Ramos (2020). Actualmente dirige la revista digital Pérgola de humo.   

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