Escrito por: Katya S. Ballesteros Rosales
Ilustración por: Daniel Todd
La desinformación es el arma más poderosa
Todas las tardes, Itzel recorría el río que daba al final de un terreno baldío. Se rumoraba entre la gente de la comunidad que iba ahí a matar gallinas y a adorar al chamuco. Otros decían que era una mujer loca de amor, que había sido abandonada por su marido, un hombre que le prometió el mundo entero, y la dejó una vez que habían consumado el matrimonio. Para otros, simplemente se trataba de una quedada.
Muy temprano por las mañanas, Itzel caminaba por las calles con un portarretratos en las manos. Comenzaba en su casa y avanzaba por el camino que la llevaría a un predio baldío en Poza Rica. Durante todo el trayecto, no hacía más que llorar y quejarse. En un principio, la gente intentaba ayudarla, pero ésta parecía no poder articular palabra alguna a causa del llanto.
Su aspecto descuidado, con manchas del sol en la piel y un rostro hinchado, provocaba desprecio en la gente que la veía. Itzel arrastraba los pies con cansancio, desgastando aún más sus tenis que solían ser blancos, y no se detenía ni siquiera para comer. Iba vestida con un pantalón de mezclilla percudido y manchado de tierra, una blusa blanca, rota en los bordes y, sobre ella, un chal negro que la cubría como un cálido abrazo de muerte. No había día que faltaran los alaridos de dolor de Itzel, y con cada tarde que pasaba, la gente le prestaba cada vez menos atención.
Este acto se volvió rutina, hasta que apareció Mayté, una señora de poco más de cuarenta años, casi de la misma edad de Itzel. A Mayté la vieron cerca del terreno baldío, clamando al cielo y golpeando la tierra con un bastón. Llevaba consigo un silbato alrededor del cuello y una bolsa de plástico en la mano derecha. Pronto, comenzó a escarbar entre el basural y la maleza. El susurro del río que corría junto al lugar se mezclaba con los sollozos de la mujer. Por las noches, encendía una veladora blanca y en silencio observaba como la flama se exitinguía.
—¿Qué no le da miedo? ¡Eso debe ser obra del diablo! —se rumoreaba en la comunidad.
Una noche en la que Itzel terminaba su caminata cerca del baldío, observó de lejos la figura de Mayté. Se acercó y sin decir nada se sentó junto a ella. Tomó su mano. Mayté se limpió las lágrimas y miró el rostro de Itzel, quien la veía con pena. En aquel juego de miradas, las dos mujeres se sintieron comprendidas. Tal vez fue la luz de la flama, o los ojos de Itzel que encendieron en Mayté un brillo de esperanza. Tras eso apartaron la vista y observaron la vela hasta que esta se extinguió.
Los días siguientes se les comenzó a ver juntas; tomadas de la mano, marchaban por las calles, de colonia en colonia, sosteniendo un portarretratos en la mano que tenían libre. Soltaban sollozos de vez en cuando, pero caminaban sin parar hasta el inicio del río.
Día con día, más mujeres se les unieron: Marta, su vecina; Edith, la estilista; Leonor, una maestra; Guadalupe, Ingrid…
—¡Malditas brujas! ¡Pinches viejas! ¡Ojalá las quemen! ¡Estúpidas zorras! — y otras frases más gritaban unos vecinos.
Sin embargo, las mujeres nunca pararon, y continuaron su camino hasta el final del río.
¡EXTRA! ¡EXTRA!
LAS LLORONAS DE VERACRUZ: MUJERES MARCHAN TODOS LOS DÍAS CERCA DE UN PREDIO EN POZA RICA, VERACRUZ EN BUSCA DE SUS HIJAS E HIJOS.
Un grupo de mujeres lideradas por Itzel Martínez Perreira y Mayté Estrada Gómez camina diariamente en Poza Rica, Veracruz con la esperanza de volver a ver a sus familiares desaparecidos, la mayoría, menores de edad. Vecinos y fuentes cercanas afirman que todo comenzó con la desaparición de Mariana Díaz Martínez de 16 años de edad, hija de la señora Itzel, quien a partir de este suceso comenzó su búsqueda diaria por las calles de Poza Rica.
La acompaña Mayté Estrada quien está en busca de sus hijos, Miguel y Lucía Álvarez de 12 y 8 años de edad. Ambas madres comenzaron con la brigada y colectivo Te encontraré, el cual promete a padres y familiares que buscan a sus desaparecidos, un espacio libre y seguro en el que se les dará apoyo para intentar localizar a sus seres queridos.
A estas mujeres, se les dio el apodo de “las lloronas” haciendo alusión al mito conocido en todo México. Sin embargo, algunos vecinos describen sus manifestaciones como un acto de amor, lo cual logra desmitificar a la madre como la que provocaba la muerte a sus propios hijos por un acto pasional, y darle un nuevo mensaje a la figura materna.
Diariamente padres, hermanos y madres caminan de la mano de estas dos mujeres con fotografías de las personas que buscan, y su recorrido termina a un costado del río Cazones cerca de un terreno baldío. Entre el agua, la basura y la maleza las familias buscan alguna pista sobre la desaparición de sus familiares. Entre susurros entonan el lema de su movimiento:
Te encontraré.
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