Las abejas del Tata

Escrito por: Giuseppe Olav

Ilustración por: Daniel Todd

Escrito por: Giuseppe Olav

(Distrito Federal, México, 1985) Licenciado en Psicología por la UCSJ. Escritor por la vocación que encontró en los talleres literarios de la Prof. Queta Navagómez, a quien le debe su formación literaria. En 2015 obtuvo el 2° premio en el 9° concurso de cuento sobre alebrijes, organizado por el Museo de Arte Popular Mexicano. En 2016 fue ganador del 1er concurso de cuento corto, organizado por el Ateneo Nacional de la Juventud, A.C. Sus cuentos han sido incluidos en las antologías del 1er concurso de cuento Psiconáutico, convocado desde México a nivel Latinoamérica, y en la antología del 1er concurso de relatos de la Editorial Luna Literaria, publicada en Valencia, España. Ha publicado cuentos en las revistas Santo y seña y Entre maestr@s. Suele explorar en sus historias, temáticas relacionadas con el ámbito de las tradiciones ancestrales que tienen sus asientos en el territorio mexicano, en donde él reconoce una sabiduría intangible, viva y florida, digna de transmitirse a la menor provocación. En la actualidad, le sigue haciendo al cuento.

El crujir de los maderos ardiendo en una fogata resuena en los oídos de Jacinto, quien escucha atento, bajo una luna menguante, los relatos de su abuelo.

—Después de que nuestros ancestros vertieran el veneno en las flores, matando a las abejas que las visitaban y devastando la vida en el planeta —le explica el anciano a su nieto, mirando fijamente  la lumbre—, Tepecoatl, nuestro hermano mayor, afligido por la muerte de estos insectos, decidió trepar el ahuehuete que llega al cielo, en busca del Tata Fuego. Habría de pedirle unos huevecillos de abeja para sembrarlos cerca de las plantas y hacer que éstas florecieran nuevamente. Sin embargo, el Tata, enojado por el descuido de la humanidad, le negó el pedido con recelo; dejó los huevecillos dentro de una botella de Coca-cola que tapó con uno de sus anchos dedos. Tepecoatl, triste por la negativa, se convirtió él mismo en una abeja y, zumbando, voló hasta el oído del Tata, haciendo que el anciano se enfadara por el sonido tan insistente, el cual trató de ahuyentar en vano. Enojado, el Tata Fuego siguió con la mirada al insecto alado hasta que éste se posó en el suelo, a su alcance. El anciano soltó la botella de Coca-cola para atrapar a la abeja, pero con su fuerza desmedida terminó aplastándola —dice el abuelo a Jacinto y guarda silencio mientras remueve las brasas de la fogata con un palo, azuzando la lumbre.

—¿El Tata mató a Tepecoatl, abuelo? —pregunta el niño, curioso, acomodándose el jorongo al acercarse al fuego, en medio de una ráfaga de viento.

—No, no —le responde el viejo con una sonrisa pícara—. Lo que no sabía el Tata, es que Tepecoatl había dejado una bolita de copal mezclada con polen, como si ésta fuera el cadáver del insecto y, volviendo a su forma humana, se acercó al Tata, quien observaba con tristeza lo que creyó que había hecho. “¡Tata!”, exclamó Tepecoatl al llegar a su lado. “Mire nomás lo que hizo”, reclamó. “La única abeja en el universo y uste’ nos la mata. ¿’Ora cómo le vamos a hacer?”, le preguntó al Tata, quien se encogió de hombros, afligido. “Mire”, le propuso Tepecoatl, “présteme esos huevecillos que guarda tan celoso, y yo los cuido por uste’, en la tierra. Verá que los insectos florecerán entre las plantas, y volverán a zumbar alegres”. El Tata se rascó la barba canosa de chivo y, después de un largo silencio, aceptó. Así fue como Tepecoatl regresó del cielo con tres huevos de abeja que acomodó entre las ramas del gran ahuehuete y cuidó hasta que flores e insectos renacieron. Desde entonces, esas estrellas brillan cerca de la luna —cuenta el abuelo a Jacinto, señalando en el firmamento un trio de puntos amarillos, coronando el arco menguante y luminoso de la luna—, para nuestra casta apicultora forman a la abeja reina que el Tata nos prestó de nuevo. Nos recuerdan que la importancia de los seres más pequeños es tan inmensa como el cosmos —concluye el anciano con una sonrisa, echando un puñado de copal en la fogata.

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