Hogar

Escrito por: Adán Madrigal

Fecha de publicación: marzo 2024

Del b. lat. hisp. focaris, y este der. del lat. focus ‘hoguera’, ‘hogar’.
1. m. Sitio donde se hace la lumbre en las
cocinas, chimeneas, hornos de fundición.
2. m. Casa o domicilio.
3. m. Familia, grupo de personas
emparentadas que viven juntas.
4. m. asilo (‖ establecimiento benéfico).
5. m. Centro de ocio en el que se reúnen
personas que tienen en común una actividad,
una situación personal o una procedencia.
Hogar del pensionista.
6. m. p. us. Hoguera.

Una vez que sales de él por primera vez, ya no hay vuelta atrás. Comienza como una experiencia sobrenatural, la novedad de conocer cuatro paredes diferentes, la búsqueda de la independencia y la libertad. Pero esta es solo la primera bocanada que te hace toser. Poco a poco va convirtiéndose en una adicción, en un vicio que atribuyes a la necesidad autoimpuesta de encontrar un lugar en el mundo. Al principio, cambias de residencia cada dos años. Luego cada año. Después, cada seis meses, y terminas preguntándote dónde vivirás el día de mañana.

            La creciente burbuja inmobiliaria te obliga a desplazarte un poco más lejos y a zonas un poco más peligrosas en cada ocasión. Los tiempos de traslado aumentan, pero la emoción de llegar a salvo después de transitar hacia tu morada en horario nocturno o utilizar con éxito el truco del celular de respaldo luego de un asalto encienden la chispa de vivir. 

Las relaciones personales también cambian. Lo que era un lugar seguro para refugiarse de los lobos se convierte en un sitio de paso, una parada obligada para reabastecerse de víveres, obtener información de la situación de los caminos o simplemente practicar el lenguaje hablado para evitar la atrofia degenerativa de las cuerdas vocales. Puedes compartir refugio con uno o más viajeros, conocer sus historias, sus hábitos y sus defectos (que, de alguna u otra manera, siempre resultan ser los propios). Y todo para después olvidarlos. Un mar de rostros y sombras aparece frente a nosotros. Siluetas extrañas que nos recuerdan vivencias, marcas en las piedras para recordar el camino transitado.

Los objetos asimismo sufren su peculiar metamorfosis. Los que antes eran tesoros invaluables, hacinados en cámaras resguardadas para su contemplación e improbable uso, dan lugar a espacios vacíos. Las cosas comienzan a tener menos importancia. O quizás adquieren por fin su valor real. Papeles de la infancia que nos hacen sonreír por un momento para después ser arrojados a la bolsa negra del olvido. Algunos vestigios de nuestras diversiones de adolescente. Las actividades que tuvieron incontables horas del tiempo asignado por el reloj checador de la vida ahora lucen absurdas, ajenas. Sin embargo, tomamos una pequeña pizca de ello, una diminuta muestra de lo que fuimos para sentirnos más humanos. Y nos preguntamos si sobrevivirá a la siguiente mudanza.

Una caravana errante carga sólo lo indispensable. Creamos un procedimiento metódico para no dejar huella tras nuestro paso. Entre menos rastro se vislumbre de nuestro recorrido, menos tendremos que borrar al marcharnos. Entre menos tengamos, menos cargamos. Las despedidas se vuelven más cortas, casi inexistentes. Poco a poco perdemos esa conexión con la vida que vemos en las películas, la que nos cuentan las historias de nuestros amigos con tres hijos, la que aprendimos de nuestros padres. Un viaje sin retorno. Y sin final.

Ahora esa hoguera que nos calentaba las manos en las noches frías luce como una imagen distante, una estrella fugaz que parece alejarse un poco más a cada paso que intentamos atraparla. Su fuego, apenas visible, se desplaza en cámara lenta, con cadencia burlona, sabiendo que ahora es algo casi inalcanzable.

El Homo Oblitus debe encontrar una manera de sobrevivir a las glaciaciones cada vez más frecuentes. Para no arrecir, es necesario recolectar pequeñas ramas, lo más secas posibles. Y frotarlas con sueños, con los anhelos del día; entre más frescos, mejor. En el proceso serán incineradas invariablemente, pero le permitirán levantarse un día más para encontrar nuevas ramas, con la esperanza de hallar la madera que siempre arda y comenzar el ciclo inverso. O al menos eso creerá hasta que lo olvide. 

 

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