HIPOCAMPO, DE ESTEFANÍA ARISTA

Roxana Elvridge-Thomas

El mar se abrió las venas y de él brotaron los caballos.

Luciente espuma que galopa, belfos húmedos con aroma de canela. Carrera hacia el abismo que arremete a quien contempla. Sí. Poseidón creó a los caballos. Son seres salidos de la espuma. Y mayormente marino y con el arte del abismo es el hipocampo. “Caballo de mar”, lo es doblemente, con frente equina y cola de sirena que lo lleva a surcar las aguas.

Y en los mares del cerebro, recostado en el lóbulo temporal, tenemos un marino hipocampo. A él y a su turba se refiere el hermoso libro de Estefanía Arista, editado por Dharma Books que nos congrega ahora.

A ese hipocampo de imágenes especulares, en el cual se ve reflejada Estefanía, reflejo de cristal cambiante que ofrece a Estefanía múltiples rostros, la poeta lo enfrenta, lo decanta, lo deconstruye, para abordar sus filos.

Hipocampo de memorias y sentidos. A él le debemos la memoria y el silencio, nuestro andar por el espacio, el aroma, los sonidos, la visión, lo áspero o suave del tacto. Pero es también, al ser proclive a tractos eléctricos, a caer preso de la epilepsia.

Y así, Estefanía lo aborda. El lugar de Dios, le dice en un hermoso poema, en otros lo detracta y lo redime, lo abofetea y lo acaricia. Es la fuente del dolor y la ansiedad, pero también el mar que azota sus olas en el cerebro para crear poesía.

Hipocampo, el libro, no es sólo eso, que ya es bastante, es una reflexión valiente y hermosa en torno a la enfermedad. La propia y la ajena. No por ajena no sentida cercanísima. Y la manera de abordar sin ambajes la epilepsia y el lupus es asombrosa. El poema Loba, por ejemplo, es tremendo y bellísimo. Cito un fragmento:

Inspeccionas la verdad desde el otro lado /de la mesa. Me das la espalda para recoger /una cuchara del suelo, /veo el tatuaje de loba en tu hombro,/ la mariposa que hierve tus mejillas,/ y en tus tobillos/ las mismas ámpulas /que mi mamá se cura en las noches./ Nos veo como personajes/ en un escenario de cuerpos enfermos/ en el que no cabe hablar de amor/ pero sí de este abrazo:/ —Yo tengo epilepsia. /—Yo tengo lupus./ El mundo empieza a fracturarse /cuando dejamos de ocultar tu diagnóstico / y el mío: /atrapamos la verdad con los dientes /y salimos corriendo.

 

Y tantos y tantos otros dedicados a la epilepsia, donde ya con delicadeza y dulzura, ya con dureza, se enfrenta y nos enfrenta a nosotres les lectores a la vida con el padecimiento de una manera brutal y vigorosa.

Otra de las vertientes inefables del libro es el tratamiento de la muerte y el suicidio, que revelan la sensibilidad y temple de la poeta y nos llevan a un universo en el cual la tónica melancólica y fatal es fascinante a los ojos de quien lee.

Quiero citar uno de mis poemas favoritos:

 

UNA LIBRETA OLVIDADA

                                       Para Luis Cárdenas

 Quién asistirá a mi funeral

y se atreverá a poner mis canciones favoritas

 para que los vivos bailen y canten

mientras esperan a que abra los ojos.

 

Quién asistirá a mi funeral

 sin pensar en mí sentada en un cementerio.

 Quién se atreverá a mencionar que quizá ahora sí sonrío,

 no como en aquel instante enmarcado en blanco y negro. 

Quién olvidará sobre mi tumba una libreta

para que pueda escribir en ella con manos frías

 sobre todo lo que no pude hacer en vida.

 

El Hipocampo guarda en su centro pulsiones de muerte y suicidio, resiliencia ante la enfermedad, oleadas de sangre que impelen a mantenerse a flote, y en esas oleadas se cuela, discreto, el amor. Amor que se manifiesta de muchas maneras, que se entrega de forma filial o pasional, pero que está ahí, siempre, constituyendo el cuerpo del poemario, el transitar de la palabra poética de Estefanía, ese todo que constituye con sus hermanos de sangre de los que ya hemos hablado que confluyen para hablarnos de ese vértigo de alturas, de ese tramado de emociones, sentidos, poesía, de esa “carne de caballos a galope” que es Hipocampo.

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