Escrito por: Diego Pacheco Illescas
Ilustración por: Martha Saint Martin
Un hálito vitalista dentro del meollo nihilista. Un escritor afamado por pesimismo e incluso calificado por sus anecdotarios como un energúmeno. Friedrich Nietzsche en este aspecto de ambivalencia filosófica comparte un destello sublime del blues, género musical reconocido por la melancolía en sus escalas menores sonando desde aquella Lucille de B.B. King, así como las letras de desamor y un dejo de esperanza, igualmente, vitalistas.
Hay una intersección en estos dos ámbitos sobre el nihilismo y el existencialismo (incluso el romanticismo) que parece dar pie a una herramienta hermenéutica, so pretexto de esta brevísima introducción podemos fungir como críticos de algo muy contemporáneo como anacrónico que fue el fenómeno de la cinta (así como su recepción) del Joker de Todd Phillips:
En una ucronía el filósofo —filólogo— llega a vivir los años ochenta. Es un Nueva York ficticio con una tal ciudad gótica que parece tener el manicomio más celebre de la historia, Arkham. En aquella época probablemente hubiera tenido una fascinación con la estructura barroca del Heavy Metal y la decadencia artística (o exceso lúdico de la creatividad) de las puestas artísticas del Moma y algo de la literatura posmoderna como Lyotard o los sobrevivientes del realismo sucio. Aparte de ello él mismo se hubiera diluido en un narcisismo (aún más grande) al ver que no solo era un escritor, sino un profeta.
Película ahondada ya desde todas las aristas posibles que se expuso en aquél metraje de dos horas en el festival de Venecia. Ya se han encontrado las diversas paradojas de una película que se ha hecho controversial por aquellas críticas de que se trata de una apologética de la violencia, lo cual nos remite a un cine de Kubrick o Scorsese cuando la polémica era incluso un anhelo de los cineastas. Lo retrógrada le ha funcionado bien al metatexto de la película, pues si una cinta asume la labor de criterio ante la sociedad ya se sabe como metatexto.
I
Arthur Fleck después de ser ridiculizado por una mamá convencional y explicar que aquella risa tétrica tan icónica del personaje es una condición médica, se baja del pesero y sube unas escaleras inverosimilmente grandes. Suenan las cuerdas de Hildur Guandóttir, la cámara cambia de ángulo desde arriba de las escaleras en donde se otea la ciudad gótica y la paleta cromática se va a un tono de azules verdosos. El resultado de esos elementos escénicos nos deja a un joker con quien la audiencia empatiza por el cansancio tanto físico como melancólico que transmiten aquellas tonalidades de azul las cuales sostienen a lo largo de la película soslayando la depresión y melancolía del personaje. Aquí solo se encuentra la melancolía, faltaría aún la yuxtaposición vitalista que hace que el blues sea sublime y no solo se atore en la tristeza.
La primera arista que se ha abundado (casi choteado) ha sido sobre la melancolía para empatizar con un psicópata que hasta ahora había sido antagonista y ahora es protagonista, obviamente esto ha sido para compararlo con Heath Ledger.
Esta empatía ahonda un escenario que rodea al personaje de Arthur Fleck se trata de una sociedad vacua en donde converge el nihilismo y el blues. Y aquí es en donde elucubro sobre Nietzsche escribiendo de una película que jamás vio.
II
Un psicópata sin voces en su cabeza, el coro griego proviene desde otro lado. De una violencia adulada según un ritmo capitalista en donde dios no fue asesinado como Ivan Karamazov anhelaba siendo un grito revolucionario de la existencia, dios fue remplazado por el mundo de la televisión, el Anticristo podría ir sobre los súbditos de la caja idiota y en el contexto se entendería. El personaje de Robert De Niro funge como un dios (o mínimo un semi-dios) quien predica la moral contemporánea a través de sus talk-show hosts. «Matar a gente de bien está mal» parafraseo el mensaje simplista de su diálogo. Una moral bíblica desde la mirada omnipresente de la caja idiota. Desde la locura surge un ídolo del que hablaba Zaratustra como el superhombre. Claro que en la película está formulado como una ecuación reduccionista en la que la sociedad es un binomio pobres-ricos dejando que los versos sobre la aristocracia del Anticristo sean simplistas y reducciones al absurdo so pretexto de encajar su filosofía a la crítica de la cinta. Así que enfoquémonos en el color azul.
El nuevo héroe se levanta como un capricho de la sociedad harta de la admiración impuesta a los valores de la burguesía. No se levanta como la mitología griega, no hay un pedestal. Se levanta en sangre y mugre a consecuencia de un caos que refleja su propia locura. Una sonrisa de sangre y el fondo de la ciudad gótica sigue siendo el tono azul que ha estado en toda la cinta a excepción de un par de escenas (blancas o verdes). El personaje está acompañado de miseria, absoluta miseria y depresión crónica queriendo tener una sonrisa ante la demencia del mundo exterior que no hace más que atosigarlo y corromperlo. Y esta es la yuxtaposición que viene cargando desde que sube las escaleras inverosimilmente largas. De la misma sublimación nace el blues: una aceptación al mundo exterior sin querer cambiarlo, interpretarlo de tal forma y tergiversarlo en un anhelo de esperanza o fe en la belleza que se convierte en algo hermoso y horrible.
III
«Derribar—significa para él: demostrar. Poner a uno furioso—significa para él convencer. Y la sangre es para él el mejor de todos los argumentos».[1]
Una cita bastante fortuita para este experimento de reseña y hacer el símil de un Guasón dibujando la icónica sonrisa en su cara con la sangre. Ahora sí, usemos el guasón de Heath Ledger como contraste:
La corrupción de ciudad gótica es mostrar los verdaderos colores de una sociedad, así como la exasperación de los aquellos moralmente incorruptibles son la auténtica persuasión a su favor.
Es en este caos existencial que un villano, antagonista, o afines se hace realmente icónico. No hay una lucha que en realidad quiera ganar. No hay un mundo que quiera cambiar porque sabe que la naturaleza humana es inamovible. No existe un ulterior al que anhele so capricho de fama y gloria. Pura demencia como proceder de la evolución moral. El anticristo sonríe con sangre y el fondo es la época melancólica del azul de Picasso contrastado con el rostro pálido, son las escalas en la menor de B.B King, pero mostrándole una sonrisa a aquel tétrico sonido y a aquella pintura. Un oxímoron si se gusta.
Nietzsche cabe muy bien como soporte teórico de esta cinta desde la frase que se escucha en los avances «creí que mi vida era una tragedia y ahora me doy cuenta de que es una comedia», el nihilismo y el existencialismo están presentes en esta construcción de personaje, su anagnórisis es el blues que acompañaría las letras de Nietzsche sobre desamor y anhelo vitalista.
La fotografía con su paleta cromática termina por ser el ambiente mental de este arco de personaje que lo destruye cada escena sin darle tonos cálidos o alegres, todo el tiempo es frío y azul. La demencia viene desde el azul que lo rodea.
Bibliografía:
Nietzsche, F. (2011). Así habló Zaratustra. Madrid. Cátedra.
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