Creo que los atardeceres son, por excelencia, la definición de oda al color. Es increíble cómo en tan sólo unos minutos el cielo puede pasar de azul a morado, rosado, amarillo y finalmente negro. Nunca me canso de observarlos porque es en ellos donde la tranquilidad por fin me embarga y me permito relajar.
La paz que otorga observar el cielo (y más si es durante el amanecer o atardecer) es una descripción indescriptible, pero de la misma forma se trata de un recordatorio de lo efímero de la vida. Nada se detiene. La vida siempre es un movimiento continuo.