Erika

Escrito por: Itzel González

Ilustración por: Cassandra Catalina

Vivo mis días fantaseando con ella. Mis manos ávidas buscan acariciar su pelo y la brevedad de su cintura.

Me aferro a la imagen de sus piernas cual murallas infinitas que encaminan al paraíso y evoco su figura juvenil con la esperanza de volver a verla.

Fue en la Morgue donde conocí a Erika, la luz de mi vida. Recuerdo sus rasgos con nitidez. Su pelo era negro y corto, su piel blanca; ante las luces del lugar parecía adquirir un tono rojo violáceo, sus brazos eran delgados y su boca pequeña. No mostraba arrugas en el rostro, su piel parecía firme y tersa. Su cuerpo en conjunto era el de una diosa que me invitaba al pecado.

Me enamoré de ella sabiendo que estaba de paso, por ello temía dejar de verla. La sola idea de no poder tocarla me provocaba sentimientos de ira. El que mis compañeros y mi jefe estuvieran en la morgue revoloteando como moscas hasta altas horas de la noche daba poca oportunidad para acercarme a ella.

A pesar de que intentaba concentrarme en mis labores, las cuales consistían en lavar y desinfectar los materiales que utilizaban los médicos a quienes también asistía en necropsias y autopsias, no lo lograba. Me llamaban la atención y me pedían estar atento a mi trabajo. De alguna manera intuían era una mujer la causante de tales distracciones sin embargo no podía dar detalles.

Después de algunos días mi oportunidad llegó. Aquella noche esperé a que todos mis compañeros se fueran a casa para poder al fin tocarla. Mis manos la despojaron de su vestidura blanca.

Estaba fría. Para darle un poco de calor la besé —mis labios eran dos brazas de carbón—comencé por sus delicadas piernas hasta llegar a su dulcísimo sexo desde donde vislumbré sus senos estáticos. Ella parecía tensa. Yo estaba sumergido en un trance exquisito ante su cuerpo, sus caderas aún no perdían forma. Enlazados el uno al otro, ella ya era mía.

Recostados en aquella plancha metálica me alojé en su entrañas siempre que me fue posible.

Gracias a su inmovilidad tenía el control sobre su cuerpo. Estoy seguro de que ambos podíamos llegar al cielo. Erika era la mujer más hermosa con la que me había topado hasta entonces. A su lado disfrutaba del aroma nauseabundo que se impregnaba por todo el lugar. Estar con ella era mágico.

Escribir sobre Erika me trae de golpe el recuerdo de la primera vez que tuve contacto con un cuerpo sin vida. Tenía 14 años cuando acudí al funeral de una amiga. Me acerque a su féretro para tocar su cara, luego de haberme marchado a casa seguía sintiendo el frio de su piel en mi mano. Anhelaba experimentar esa sensación de nuevo. Aquella noche fría y lluviosa recostado en cama, imaginé que estaba dentro del ataúd de mi amiga, perdiéndome entre sus misterios.

Aquel tufo a muerte llega hasta mí.

Sabía que llegaría el día de la separación sin embargo, nunca esperé que me descubrieran y tuviera que abandonar a Erika. El fatídico momento ocurrió cuando mi jefe regresó por unos papeles para recopilar algunos datos desde casa, algo raro en él, dado que no acostumbraba dejar trabajo inconcluso, por el contrario optaba por quedarse hasta tarde en la morgue. Al verlo fue como si una llama me consumiera por dentro.

Me ordenó alejarme de ella. Guardó silencio y añadió. A nuestro trabajo muchos le huyen pero las personas como tú y yo no porque somos seres de placeres complejos. La gente tiene muchos gustos, a nosotros nos atraen los cuerpos rígidos, nos excitan y ambicionamos estar con mujeres como Erika que es tan quieta y delicada, tan llena de delicias ¿Cómo dejarla pudrir bajo tierra sin antes explotar en ella?

Sus palabras cayeron en mí con si fueran planchas metálicas. Tomé el bisturí y comencé a encajárselo mientras él intentaba defenderse. Luchamos como dos leones que defienden su territorio. Un corte en la yugular me permitió derribarlo mientras él llamaba a la policía. Lleno de rabia le arranque las pestañas como si fueran postizas y desfigure su rostro. ¡Estúpido! quise decirle. ¡Idiota! ¡Enfermo mental! Pero en el fondo éramos iguales.

 

Pensé en desaparecer su cuerpo y a mi mente vino la idea de cortarlo en trozos e injertarlo en otros cadáveres destinados a la fosa común. De no haber llegado la policía hubiera sido posible sin embargo mi vigor se extinguió desde aquel día.

Hoy mi existencia está plagada de melancolía, soledad y el recuerdo de los momentos vividos a lado de Erika, momentos irremplazables. No tendré paz ni reposo hasta encontrarla de nuevo y rememorar aquellas noches inmensas, así tenga que escarbar con mis propias uñas en todas las lápidas que lleven su nombre, mientras tanto seguiré fantaseando con mi dulce muerta blanca.

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