La entrevista se realizó vía llamada telefónica el 9 de febrero del 2021 a las 12.30 horas. Estuvo a cargo el Doctor Fernando Montoya, director del Colegio de Filosofía y Letras de la UCSJ y de la Revista Celdas Literarias, así como de Sara Aquino, Valeria Laison y Alondra Ibarra, estudiantes de la licenciatura en Escritura Creativa y Literatura y miembros del equipo editorial de la revista.

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Valeria Luiselli

  1. En tu novela Los Ingrávidos haces un juego entre la ficción y la realidad pero también un juego sumamente interesante con la voz narrativa. Es una novela que nos deja pensando mucho y nos preguntamos ¿quiénes fueron los autores que te prepararon para hacer estos juegos con una voz narrativa tan fluida?

Valeria Luiselli: Tengo que hacer un ejercicio de memoria porque escribí esa novela en el 2009. Los primerísimos autores y autoras que dieron aliento a esa novela fueron, sobre todo, poetas. Cuando llegué a Estados Unidos leí por primera vez, con más seriedad, a los modernistas anglosajones: Ezra Pound, T.S Elliot, Charles Bukowski, Charles Olron y a Emily Dickenson, la madre de todos ellos.

Por otro lado, llegué sola a un medio anglosajón leyendo poetas de las tradiciones hispanas contemporáneas del siglo XX y, sobre todo, al grupo de poetas contemporáneos mexicanos: Xavier Villarutia, Salvador Novo y Federico García Lorca. Ese universo fue como la sopa primordial de donde salió esa novela. Fíjate que siempre escribo libros, termino leyendo Pedro Páramo de Juan Rulfo, la verdad no sé por qué; es un libro que me recuerda algo muy básico. Por ejemplo, tener una libertad formal para romper el espacio tiempo que Rulfo se tomó en serio.

  1. ¿Quiénes han sido las mujeres que te han inspirado, tanto en tu vida como en la escritura?

VL: Mis amigas, no las conocen, pero ellas han sido mi inspiración. También mi abuela, aunque falleció cuando tenía nueve años; recuerdo que ella era muy independiente y que tenía un gran compromiso social con comunidades en México. Mi abuela tenía nueve hijos, aun así ella dijo un día “Bueno, chao. Me iré a la Sierra de Puebla a trabajar”. También se fue a ayudar a escuelas rurales e igual fue a Chile a apoyar en un programa de nutrición. Siempre me fascinó la idea de que mi abuela, a pesar de ser una madre con tanta carga y de no haber crecido en un mundo similar al nuestro, ni haber recibido educación, nunca abandonó su labor política y social. Me parece que es algo de admirar.

De igual forma siempre me pregunto cómo balancear la maternidad con todas las demás exigencias de la vida de una mujer. Y mi madre, de manera similar, es una mujer con un profundo sentido de libertad y de autonomía, es como una gran matriarca. Ella es una figura muy importante para mí.

Y luego está la comunidad de mujeres con la que estoy constantemente en comunicación: mis “co-madres”, en el sentido más profundo de la palabra, con quienes estoy compartiendo la maternidad, en donde nos echamos la mano las unas a las otras. La mayoría somos madres solteras o divorciadas y estamos criando a nuestras hijas e hijos en comunidad.

  1. Pensamos que tus novelas están cargadas de tus puntos de vista como persona. Partiendo de esto, nos ha surgido una pregunta en torno a tu labor como periodista en tus novelas, como Los niños perdidos. ¿Cómo relacionas las críticas que haces con el periodismo y con la literatura?

VL: No me atrevería a decir que soy periodista. Admiro y respeto muchísimo la labor que hacen los y las periodistas en nuestro continente, periodistas en México y Centroamérica que trabajan en espacios que son muy peligrosos para ejercer su libertad. Los periodistas en nuestro cacho del continente se juegan la vida como lo han hecho Lydia Cacho y Óscar Martínez. Este periodista hondureño, por ejemplo, se subió a “La Bestia” y ha escrito sobre la diáspora centroamericana como nadie más. La labor de Diego Sorno, de Elena Reyna en el sur de la frontera México-Guatemala. Ellos sí son periodistas serios y buenísimos que ejercen un papel muy importante.

Entro yo a mis temas mucho más como una ensayista que sí está involucrada y ha observado de cerca. Pero también con una postura política y crítica que me puedo dar el lujo de poner sobre la página. He tenido pleitos maravillosos y fructíferos con mi querido amigo Óscar Martínez sobre el tipo de escritura que ambos hacemos, la diáspora mexicana. Quería escribir un texto sobre adolescentes que llegan aquí y a Estados Unidos desde Honduras o el Salvador y ya estando aquí, de haber huido de las pandillas de allá, acaban siendo parte de las pandillas de Long Island o de Nueva York. Y yo no podía escribir esto porque es muy genérico y le da mala prensa a la comunidad que estoy intentando apoyar. Óscar me dijo que es una labor de verdad, no es una agenda comunitaria ni activista. Y ahí me distancio.

Yo sí tengo una agenda apegada a la verdad, pero activista, la cual un periodista no puede tener porque estos lo cubren. Elijo la escritura como una forma de activismo que puede ejercerse de una manera distinta. Me encantaría tener esta misma charla con Lydia Cacho quien ha denunciado desde una labor como periodista pero también como activista, su caso es muy especial también.

  1. ¿Qué lecturas nos recomendarías sobre la situación actual de los niños migrantes?

VL: Nombraría la labor de Óscar Martínez, que ha sido muy importante. Hay un montón de crónicas en el periódico-revista en línea El Faro, ahí escriben los mejores periodistas de nuestro continente y también la revista cubana El estornudo, un excelente espacio para el periodismo. Pero para entender estas múltiples aristas de esta particular crisis, hay una escritora joven llamada Karla Cornejo Villavicencio, su obra aún no está traducida al español. Su libro, The Undocumented Americans habla sobre la comunidad de niños hispanos que crecen en Estados Unidos como indocumentados. También hay otro libro titulado La travesía de Enrique de la periodista Sonia Nazario. Luego, del lado de la ficción está el maravilloso libro de Emiliano Monge, Tierras arrasadas, una novela que lidia con este tema en particular.

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