Mario Bellatin. Nació en la Ciudad de México, el 23 de julio de 1960. Narrador. Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Lima. Ha sido director del Colegio de Literatura y Humanidades en la Universidad del Claustro de Sor Juana y de la Escuela Dinámica de Escritores. Fue miembro del SNCA, 1999-2005. Becario de la Fundación Guggenheim 2002. Fue director del FONCA (2018-2019). Premio Nacional Xavier Villaurrutia 2001 por Flores. Premio Nacional de Literatura Mazatlán 2008 por El gran vidrio. Premio de Narrativa Antonin Artaud 2011, por Disecado. Premio de Narrativa José María Arguedas 2015, por El libro uruguayo de los muertos. Premio de Literatura Iberoamericana José Donoso 2018. Parte de su obra ha sido traducida al alemán, italiano, portugués e inglés, entre otros idiomas.

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Mario Bellatin

La entrevista se realizó vía videoconferencia el día viernes 1 de abril de 2022 a las 16.00 horas. Con la participación del Director de la Revista Celdas Literarias y Director del Colegio de Filosofía y Letras de la UCSJ, el doctor Fernando Montoya, de igual forma, el encuentro estuvo a cargo de Karen Lima y Giovanna Rodriguez, estudiantes de la Licenciatura en Escritura Creativa y Literatura y miembros del equipo editorial de la revista.

¿Cuál fue tu primer acercamiento a la literatura?

MB. Hace algunos años que he superado la escritura de la literatura. Porque, todavía no sé qué es la última. La escritura es algo tangible y concreto. Luego está la idea de la literatura que es variable a los tiempos, las circunstancias y cada quien tiene distintas formas de entenderla. Pero lo que yo te podría contestar, es sobre mi acercamiento a la escritura. Éste fue siendo un niño. Me acerqué a la lectura, aprendiendo a leer sin saber que estaba leyendo. En mi época, no existía como tal la guardería, no hasta los cinco años. Pero creo, que como no me soportaban mucho iba una señora a cuidarme, esta persona me enseñó a leer, pero yo no sabía que me enseñaba. No había una relación causa efecto. Hasta que un día encontré un diario y de pronto vi que ese periódico empezaba a moverse y ahí advertí que esos manchones decían cosas. Me quedé impactado con esa experiencia, porque fue mágica. A partir de ese entonces comencé a leer de manera desesperada, pero no libros de literatura, sino que leía cualquier cosa que se me ponía delante, como cajas de cereal y latas. Leía de todo y luego volvía a leer por el placer de hacerlo. Había una pulsión de mi parte por el hecho de leer.

Luego, a los ocho o nueve años descubrí una máquina de escribir de mi abuelo, que no se utilizaba, salvo que mi abuela la usará para redactar recibos de pagos. Es una máquina que aún mantengo, y que me ha perseguido a lo largo de la vida sin haberlo percibido hasta hace poco; aún ahora sigo escribiendo en ella. En la época en que la descubrí ya era una reliquia, de 1915, una Olivetti. Recuerdo que mi abuela la dejó después de escribir, yo me acerqué y comencé a teclear una frase, un texto. Ni siquiera era algo propio, pero al ver mi palabra estampada en letras de molde, fue muy importante, un nuevo nacimiento. Porque advertí que existía de verdad, que era importante, que yo como persona no interesaba, pero que esa frase que no podía creer que yo había elaborado y llevado a letra de molde, me daba una razón de ser. A partir de ese entonces comencé a escribir y siempre, eso lo mantengo hasta ahora, escribo a través de un mecanismo secundario. No puedo escribir a mano o si lo hago no le doy importancia. Siempre he necesitado un intermediario para escribir, como la máquina.

Como autores, muchas veces nos toca representar grupos políticos, o en otras palabras, grupos minoritarios y darles una voz ¿Cómo ha sido esta experiencia para ti y qué nos puedes decir al respecto?

Sí existe la tendencia a que los escritores hablemos sobre temas de carácter social pero puedo poner ejemplos de decenas de escritores brillantísimos que no sólo no tuvieron ese acercamiento y sin embargo son clásicos, o peor que si tuvieron ese acercamiento sin ponerse del lado de las minorías, del lado del poder. En este aspecto que para mí es muy importante sobre todo viviendo en México actualmente con todo lo que sucede, con toda la tragedia ésta en la que estamos inmersos. Y no solamente en México sino que hay un genocidio a nivel mundial. Lo vemos desde México porque estamos en México pero a nivel américa hay un genocidio silencioso porque no hay una guerra declarada, a excepción del conflicto de Ucrania, pero en América no y, sin embargo, hay una cantidad de víctimas impresionantes pero que va desde los países de primer mundo, tercer mundo, bajo distintas banderas que yo puedo ver desde Canadá, donde a pesar de parecer un país muy avanzado, hay una masacre, muy sutil, muy simulada, muy anónima de los poblados originarios. Este presidente Trudeau, que se presenta como muy liberal, muy abierto, muy simpático, sin embargo, es el país que acoge a la mayor cantidad de industrias de metal mineras. Las minas más sangrientas y despiadadas que hay en el resto de américa, matando a cientos de niños, cientos de campesinos y contaminando ríos.

Bajamos un poco más, a Estados Unidos y aunque según mucho corresponde al mundo civilizado o a lo que hay que aspirar, ahora va uno a las principales capitales y ve la degradación social más horrible pero que no está registrada. Estuve hace pocos meses en Washington que es como el símbolo, o sea, está la Casa Blanca y la calle de las embajadas del mundo y que cada embajada trató de mostrar el grado máximo de su arquitectura, y todo está plagado de homeless y la gente muriéndose en la calle y es impresionante la miseria y el horror. Eso no aparece en ningún diario o en ninguna prensa. Y eso por no hablar de Los Ángeles, en donde hay barrios en donde uno no puede entrar por la cantidad de muerte que hay presente. Una muerte indiscriminada y siempre anónima. Esa es la diferencia con el nuevo genocidio, lo anónimo. Aparentemente nadie lo puede creer. En San Francisco, el centro de San Francisco con calles y calles y calles de gente cuyo destino más cercano es la muerte o están ya como poblaciones registradas como que no funcionan en el sistema, que no tienen cabida en el sistema, como población excedente de la cuál hay que deshacerse. Porque es un problema no solamente económico, sino que tiene que ver con salud, salud mental, drogadicción, pobreza, adicciones, comportamientos antisociales, asesinatos, muertes y se deja que esto ocurra.

Entonces, el rol del escritor. Entonces lo que yo siento es que yo haría poco porque esto que he dicho ahora no está novedosísimo ni bueno para que compren un libro porque eso es obvio, pero entonces yo como escritor debo estar presente, porque soy un ser humano y siento que esto ocurre a mi alrededor. Pero no puedo yo y no quiero tampoco, porque lo que haría yo sería un producto muy elemental diciendo estas cosas que acabo de decir por escrito. Creo que sí hay que estar pendientes pero de una manera muy personal que es como ser como una antena de un imaginario colectivo.

En una de nuestras clases, nos asignaron leer Salón de belleza, y al momento de analizarlo se propusieron distintas teorías de la relación entre los peces y las personas enfermas, como que existe un paralelismo entre los peces y los enfermos o que los peces significan belleza y que cuando espacio se convierte en un moridero ésta deja de existir, por lo tanto, los peces tienen que morir ¿qué piensas sobre estas teorías?

MB. Sí, la vigencia es que se lee desde el COVID. Aparte, esa escenografía que se observa en Salón de belleza, que dejó de existir una vez que hubo el avance de los medicamentos. Cuando escribí el libro, el VIH era una sentencia de muerte, porque no había medicamentos, pero yo sabía que iba a ver una cura, cuando escribí el libro. A eso me refiero, con esa antena, ese saber más allá del momento. Por eso, es adrede que no se sepa que enfermedad es en el libro. Porque, si me dicen que es VIH o Sida yo puedo demostrar que no y si ustedes me dicen que no es, yo les puedo demostrar que sí. Esto es para lo que me sirvieron mis estudios de filosofía, que sería como un sofista, porque estos te pueden demostrar la verdad y su contrario. Entonces, si alguien quiere leerlo como un reflector del sida o la peste, bienvenido, pero para mí, hay una distancia superior a la peste, pero no tanto al SIDA porque en ese momento era un horror, en el que no había medicamentos que era muy difícil de describir en palabras.

Si hubiera un interés por lo que está sucediendo, luego hubo un interés por la peste en general, razón por la cual este libro puede seguirse leyendo, y porque ese escenario que dejó de existir una vez que los medicamentos se desarrollaron volvió aparecer en la biblioteca pública de Miami. Supuestamente en un país de primer mundo. En una de las olas de covid, tuvieron que abrir las puertas de la biblioteca pública de Miami, para que en los sótanos y los pasillos de la biblioteca se albergarán moribundos que no podían tener acceso a los hospitales. Tuvieron que habilitar una suerte de salón de belleza. Con estas imágenes, se vuelve a retomar esa escenografía de un libro que fue escrito hace más de treinta años. Para mí eso es la peste. No quería que el libro se fuera por el accidente de las pandemias que han surgido en la humanidad.

 A partir de tu experiencia en instituciones culturales y en tu relación con las humanidades en Latinoamérica ¿cómo ves el panorama para el desarrollo de la literatura después de la pandemia?

 Una tragedia. Para bien y para mal las tragedias a veces también traen partes positivas en el sentido de que uno aprende de lo que está sucediendo. Yo creo que sí, venía fallando muchísimo ya previamente el aparato editorial. Se había convertido en una especie de monopolio donde lo que menos importaba era la calidad literaria sino las ventas. Y todo eso sufrió un regreso grandísimo y se cayó ese castillo. Y también había pues todo un aparato intelectual, no sé, de creadores que también estaban medio tambaleantes y la pandemia terminó de poner en evidencia esto que estaba medio pegado, medio tratando de sostenerse sin bases reales para las cuales habían sido creadas incluso.

Las editoriales según lo que pienso y lo que conozco, ya que tengo una vida más grande que ustedes y he tenido acceso directo a muchos momentos. Sí las editoriales eran creadas por amor por la literatura y por difundir ideas altruistas y de pronto se convierten en todo lo contrario, en entes liberalizadores, en regímenes del gusto, tratando de imponer y escondiendo otros, tratando de crear un mundo bastante estandarizado. Buscando autores que de alguna manera puedan complacer a un amplio sector y eso suele pasar por virtudes mucho mayores de lo que tienen y este proceso de canibalización, terrible, de comprar las pequeñas editoriales independientes que tenían voces distintas, voces simples, que eran como pequeños eductos, que de pronto empezaron a hacer, siguiendo el dicho, “si no puedes con tu enemigo, únetele” en el sentido de que “si no puedes con el enemigo, cómpralo y destrúyelo”. Y además nos mandaban cartas a los escritores haciendo pasar lo malo como bueno: “Tenemos una gran noticia, hemos comprado una nueva editorial, ahora tenemos ochenta y nueve”. Y yo decía: “¡Qué horror, qué espanto!” porque lo que hacen es comprarlas para destruirlas y priorizar solamente a las tres o cuatro líneas de lectura que quieren desarrollar con fines de negocio. Porque tienen que sostener ellos mismos ese monstruo que crearon y en lengua española sólo hay dos ¿no? porque Planeta, Random House que tiene todo, cada una tiene como ochenta editoriales y no hay que leer o es muy difícil leer y hay cierto nudo. Antes de la pandemia había ciertas editoriales independientes pero no en México. En México para mí es muy difícil, es un monstruo muy grande, en el sentido de que no se puede abarcar, no se sabe, tiene muchas cabezas, muchos cuerpos, muchos brazos, no sé. Pero ni en la Ciudad de México hay un punto central y bueno, comenzaron a aparecer esas nuevas editoriales tanto en Argentina, en Uruguay como en España, creo que fueron como un shot de oxígeno para estas lecturas que quieren motivar, pero pues la pandemia pues sí fue un golpe muy duro para aquello que estaba tambaleando.

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