Autores: Manuel Jorge Carreón Perea & Rafael Ruiz Medina
Ilustrador: Miraxs
Deductores delirantes, el arte de escribir ficción
Pareciera que en lo que concierne a la literatura, el realismo es el género que ganó. No porque se lean o se impriman más novelas realistas en contraposición con libros de ciencia ficción, fantasía y horror, sino por el diferente contexto en el que se leen cada cual. Las novelas de horror y ciencia ficción tienen poco caché en comparación a las sesudas y largas novelas autobiográficas o históricas, a menudo celebradas y mencionadas en las revistas literarias. Los nombres de Emmanuel Carrere, Javier Cercas, Mario Vargas Llosa o Karl Ove Knäusgard son tomados en serio por el mundo literario, el mismo que miraría con desconfianza y condescendía a un lector que se proclamara estudioso de Stephen King o de la saga de J. K. Rowling en lugar de las novelas de Jane Austen. Lo mismo pasa con otras disciplinas como el cine, por ejemplo.
A priori podemos decir que el realismo es el género que ganó porque en principio es el que atañe a nuestra realidad más inmediata, los ensayos y novelas de no ficción nos brindan información y perspectiva para habitar nuestro presente, alimentan debates, proponen posicionamientos más o menos ideológicos y fungen como crítica directa a la sociedad. Notables y talentosos autores como J.M Coetzee, F. Beigbeder, Michel Houellebecq o Dostoyevski son ejemplos evidentes del papel tan relevante que la literatura de corte realista juega en la vida pública occidental. El caso más representativo de este fenómeno es sin duda Archipiélago Gulag de Aleksandr Solzhenitsyn, cuyas páginas esenciales denunciaron y ayudaron a tumbar el sistema de represión política en la URSS. Una excepción a esta aparente regla es Borges, pero de él hablaremos en otro lugar.
Si la literatura es capaz de tales proezas, ¿por qué entonces perder el tiempo leyendo sobre las costumbres de los hobbits o reflexionando en torno a las 3 leyes de la robótica que escribió Asimoov en Yo, Robot? Una posible respuesta es que la ciencia ficción en concreto presenta escenarios alternos a nuestra realidad, que son paralelos, que tal vez no se tocan y que sin embargo son espejos, no solo del presente sino también del porvenir. Demasiada tinta han gastado los sociólogos, filósofos y politólogos del mundo queriendo delimitar y explicar las grandes catástrofes del siglo XXI y no obstante, es la breve novela de Orwell, 1984, la que a más lectores ha hecho entender y reflexionar sobre el problema del totalitarismo.
Siendo una novela de ciencia ficción, 1984 planteó paralelismos y analogías muy claras con los sistemas políticos del mundo desde el momento de su publicación. Lo maravilloso es que a medida que pasa el tiempo estamos cada vez más cerca de 1984, al punto de casi alcanzarla. Así como cuando llegó el momento en que el mundo alcanzó la novela de Julio Verne, De la Tierra a la Luna.
Las “predicciones” que realiza Houellebecq en novelas como La posibilidad de una Isla y Sumisión, son próximas a lo que sucede en nuestras sociedades que fueron fragmentadas y asoladas, en todos sus ámbitos, por la pandemia del coronavirus ante la cual afirmó en una carta a France Inter que “no nos despertaremos después del confinamiento en un nuevo mundo, será el mismo, pero un poco peor”.
Entonces ¿por qué la renuencia a colocar a la ficción en un peldaño por debajo del realismo? No contamos con una respuesta irrefutable ante esta interrogante – posiblemente la más importante de nuestro tiempo – pero sí podemos trazar algunas aproximaciones.
El realismo y el ensayo se presentan ante el lector como piezas con intrínseca utilidad inmediata. Dan la impresión de ser imprescindibles porque ayudan a entender el mundo, nos invitan a reflexionar en torno y a actuar en consecuencia. La literatura de ficción en cambio, parece en un principio no ofrecer al lector otra cosa más que un escape ocioso hacía mundos imaginarios con problemas imaginarios y soluciones imaginarias, constreñidas dentro de los límites de un dispositivo dramático creado para fascinar y entretener. Es importante preguntarnos si en verdad las cosas son así. Sobre todo si tomamos en cuenta lo dicho en párrafos anteriores: que los escritores de ciencia ficción a menudo producen libros que al paso del tiempo se revelan proféticos. Puede ser que el artista fuera de los márgenes del costumbrismo y libre en su propia imaginación es capaz de adelantarse a su tiempo, sin querer e inevitablemente, el autor de ficción aborda fenómenos que no corresponden a su presente, los plantea y los simula para que el lector lo recorra. Esto es así porque un artista no necesita una bola de cristal, sino la posesión de dos grandes dones: una imaginación temeraria y un conocimiento profundo de la condición humana. Esta combinación de dones permiten inferir hipótesis, supuestos en otros contextos, contextos que aún no existen. Pero que pueden existir, y que de hecho existen, en el mundo de la imaginación, en el mundo de las ideas. El escritor de ciencia ficción más que un profeta es un deductor delirante. Como Kazuo Ishiguro o Michel Houellebecq cuyas imaginaciones sueñan el suceder de un mundo en donde la ingeniería genética está plenamente desarrollada.
La ficción y la no ficción son graduaciones diferentes del mismo termómetro, pero sobre todo, son dos formas de entender la realidad que se engendran mutuamente, sin fin, en esa danza del pensamiento que llamamos literatura.
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