Condena

Escrito por: Nameless524

Ilustración por: Daniel Todd

Puedo ver el mundo a mis pies, pero soy yo el que está hincado.

Postrado en la posición más incómoda, me pregunto cómo es posible que ver la roca rodando por la pendiente de la montaña sea un castigo.

Postrado, mientras no puedo quitarme mi carga de los hombros, siento cómo las estrellas cercanas me queman la piel y dejan testimonio de que alguna vez existieron, de haber sido tan egoístas como inseguras.

Me pregunto si, cuando salga de aquí, podré tirarme en el pasto y disfrutar de una noche estrellada.

Me pregunto si podré salir de esto.

Mientras tanto, una nueva constelación deja su firma al rojo vivo en mi espalda.

Pensé que era el más fuerte.

Pensé que sería el campeón.

Me confundí en un papel que no me tocaba y terminé en un jardín lleno de risas que yo no puedo soltar.

Al final, no fue el caballero el que mató al dragón, porque éste era el que protegía lo que el caballero ignoraba.

Me pregunto si los castigos son justos, o si sólo fueron maldiciones lanzadas por alguien sin puntería.

Me pregunto si no son tan aleatorios como los rayos que caen cuando las tormentas surgen y, en caso de serlo, por qué a mí me tocó soportar algo a lo que no me puedo unir.

Y, en la cima del mundo, no puedo dejar de pensar en que es un castigo.

Y, en la cima del cielo, no puedo dejar de creer que es absurdo.

Todo esto se dio en primer lugar por la unión de lo que ahora debo evitar. Todo lo que nos rodea, lo que vemos, lo que somos, fue un acto tan caótico y egoísta y majestuoso y vulgar que creó un espejo perfecto.

Por cada ráfaga violenta que golpea mi rostro, hay una ola que rompe contra las afiladas rocas de alguna bahía extraviada.

Al final, la Tierra llama al Cielo porque sabe que no puede estar completa sin él. Y el Cielo acude con premura, porque de no hacerlo se perdería.

Y pretenden que alguien como yo sea el que impide lo que es correcto, lo que suena lógico, mientras mi espalda se llena de cicatrices y las estrellas mueren.

Me pregunto si lo que hago no es peor pecado que el que cometí para estar condenado. Me pregunto si algún día expiaré mis culpas. Me pregunto si sería tan malo que el reencuentro se dé.

Postrado en la posición más incómoda, no le encuentro sentido a evitar algo que es tan insistente.

¿En qué cambiaría al mundo que dos amantes se encontraran después de tanto tiempo, si cuando ellos se separaron no existía el tiempo en primer lugar?

¿En qué cambiaría al mundo que el más fuerte dejara de serlo por un instante, en lo que aplica  ungüento a sus quemaduras?

¿En qué cambiaría al mundo si el caos se vuelve a desatar, tan perfecto como impredecible, al tiempo que dejamos de vivir para cumplir un castigo que se siente más como una contravención al caos mismo?

Escalar la montaña más alta, hasta llegar a la cima, para darnos cuenta de que las nubes se vuelven un remolino que termina en la espalda de un titán que más que arrepentido sólo está cansado.

Robar las manzanas doradas, hasta que no quede ninguna, para darnos cuenta de que la profecía no era para esta generación. Eso nos quitaría un peso de encima, mientras una nueva estrella nace a un billón de años luz de nosotros.

Resignarnos a que esto, sea lo que sea, no es más de lo que se ve, no tiene un significado oculto; y a que el castigo no es más que lo que tenía que pasar, aunque podría no haberlo hecho, mientras pasan mil segundos y esa misma estrella muere.

Escuchar una nueva profecía que nos promete una bendita libertad, sólo para caer en cuenta de que eso no es posible porque entonces los amantes se reencontrarían y el caos tomaría las riendas.

Me pierdo en el dolor que me causan las ampollas que revientan, pensando en la maldición que me lanzaron cuando creí que me habían salvado.

Me pierdo en lo que se siente bien, aunque me haya llevado a esto, mientras entiendo que esta es la única recompensa que jamás obtendré de los cielos y las nubes del remolino anuncian una nueva tormenta.

Y el castigo arbitrario, tan absurdo como imperfecto, hace que tenga el mundo a mis pies, como una cruel ironía, pero que siempre esté hincado.

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