Escrito por: Diana Puga Pérez
Ilustrado por: Valerié Sofía Ferrusca Rodríguez
Negación
La primera vez que la vi, estaba en un rincón de mi habitación. Vestida de negro, su mirada fija en Little Women, el libro que había dejado en la mañana en mi escritorio. La miré sin atreverme a preguntar quién era y qué hacía ahí.
—Soy Ezis
No le contesté. Observé el calendario. 25 de julio, lunes. Pausé la música que se reproducía. La miré. Pensé en lo que había sucedido, y me dormí ignorando su presencia, esperando que al despertar ya no estuviera ahí.
Al amanecer se encontraba en el mismo lugar en el que se había acomodado la noche anterior. Intentó hablarme, pero no le presté atención.
—Hablamos al rato —dijo antes de cerrar la puerta.
Ira
Después de aquel día, empezó a aparecer en todas partes, en el pasillo de cereales del supermercado, en la fila para comprar café, sentada en la banca del parque. Camina detrás de mí a todas horas, observa, ríe, vigila. ¿Por qué le gusta tanto estar a mi lado?
No la soporto. Quiero gritar y que desaparezca, no sé qué hacer para deshacerme de ella. He intentado de todo: he escrito cartas, le he dicho que todo está bien y su compañía no hace falta. Nada funciona, no se quiere ir.
A veces, el reloj avanza y Ezis no aparece. Por momentos, pienso que se ha ido para siempre y sonrío; pero no es así, regresa cuando menos lo espero, sin avisar. Cuando las manecillas marcan las diez, al inicio de Gilmore Girls, mi programa favorito; al escuchar Bigger Than The Whole Sky, la canción que me recuerda a él, al ver en mi clóset el vestido rojo que usé la noche que Andrés y yo salimos por primera vez.
—¿Sabes algo de Andrés?
Todos los días, sin falta, Ezis pregunta lo mismo.
Nunca le contesto. No sé nada sobre Andrés, no quiero saber de él.
Negociación
He empezado a acostumbrarme a su presencia, llevamos juntas ya un buen tiempo. Ezis es silenciosa, observadora, no le gusta llamar la atención, quizá por eso mis amigos nunca se dan cuenta de que está a mi lado. Algunas tardes nos sentamos y escribimos historias, casi ninguna con final feliz porque esas le gustan. La observo, pero ella no se da cuenta, sus movimientos lentos y delicados ya no me incomodan.
Ezis y yo siempre estamos juntas, pasamos el día fuera, lo vemos consumirse y al llegar a casa, sin falta, platicamos.
—¿Qué te ha parecido el muchacho que conocimos en el café? —dije mientras me ponía el pijama.
—¿Roberto? No lo sé.
—Hemos quedado para comer el sábado. ¿Podrías no acompañarme ese día?
No contestó. Le dio un sorbo al café que preparamos.
—Realmente quiero que todo salga bien —supliqué
Se quedó callada, supe lo que significaba.
Depresión
Desde que Ezis está conmigo, todo lo que toco se enferma de tristeza. Lo comprendí cuando, después de la primera salida, Roberto me regaló flores y quedaron negras al instante. No sé qué sucedió, solo sé que al tocarlas pude ver cómo todos los pétalos se oscurecían uno a uno. Miré el ramo. Se acercó hacia mí, al abrazarme se convirtió en ceniza y se lo llevó el viento. Intenté apretar las manos porque pensé que así podría retenerlo, pero no pude. Cerré los ojos pensando que al abrirlos, Roberto habría regresado, pero no fue así. Parte de mí sintió alivio. No quería que estuviese ahí, porque mirarlo era un recordatorio de que él no era a quien quería ahí a mi lado.
Traté de huir y corrí a casa. Con ella a mi lado, como siempre.
—Te dije que debiste quedarte —grité apenas entramos.
Su mirada estaba perdida, no podía reconocerla. Tenía los ojos rojos y estaba temblando.
—Quería que esto saliera bien, debiste quedarte, ¿por qué no lo hiciste? —repetí.
—¿Sabes algo de Andrés? —preguntó sin importarle algo más, ignorando mis reclamos.
No respondí. No sé nada sobre él, ojalá supiera.
Todo quedó en silencio.
Permanecimos quietas, hasta que Fine Line, la canción que Ezis había descubierto por esos días, empezó a reproducirse en la bocina de mi habitación mientras yo escribía una carta condenada a nunca ser entregada.
—Yo también quiero dejar de pensar en él, no sé por qué lo seguimos haciendo —dijo llorando.
Yo tampoco sé por qué, creo que tal vez no queremos dejar de hacerlo, porque esa tristeza es lo único que nos mantiene cerca de él y de su recuerdo.
Me levanté y le sequé las lágrimas. Al mirarla comprendí que no había mucho por hacer, que su nombre haría eco en nuestra mente hasta que pudiéramos verlo de nuevo. Y quizá, decirle todo lo que hemos pensado, y leerle todo lo que hemos escrito.
Aceptación
Nos hemos convertido en buenas compañeras. Nos gusta platicar, acostarnos en la cama y hablar hasta quedarnos dormidas, a veces, preparamos pastel y nos sentamos en la cocina, sentimos el aire del ventilador en nuestro rostro, reímos, le cuento sobre las personas que conocí antes de que ella llegara, escucha, poco a poco sentimos cómo el ambiente se hace pesado; entonces, se acerca a mí y deja que llore mientras repito mis reproches y arrepentimientos.
—Tú no tuviste la culpa
Ezis dice que yo no contagié de tristeza a Andrés, él me contagió. Los primeros síntomas aparecieron la tarde en que lo conocí, no fui consciente de eso. Fue hasta aquella noche, cuando al regresar a casa, tuvo la fuerza suficiente para dejar de ser síntoma y convertirse en enfermedad; entonces, se hizo corpórea y se sentó en el sillón.
—Mañana tomaré el día libre, voy a descansar —dijo antes de dormir.
Estaba ya tan acostumbrada a ella que estaba incompleta sin su compañía. Pasé el día esperando llegar para poder contarle todo lo que había sucedido pero, al entrar a mi habitación, Ezis ya no estaba. La busqué por todas partes, debajo de la cama, en el ropero, en la cocina, pero no apareció.
Lloré hasta comprender que Ezis no iba a regresar.
Ahora camino atenta e imagino que tal vez podré encontrarla entre la gente que camina por la calle, a veces puedo sentirla cerca de mí, escucho su risa, siento su olor, pero no la he vuelto a ver. Me pregunto si ella piensa en mí y si ha venido a visitarme mientras duermo. No lo sé, espero que sí.
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