Escrito por: Juan Antonio Bárcenas Pérez
Fotografía por: Cinthia Gudiño
Tengo raspones viejos.
Estaba jugando
a atravesar las olas,
a cansar al rumor
del oleaje, incluso
cuando ya me mareaba
el sabor y los golpes de la sal.
El mar,
tigre añil
con colmillos de espuma
y tráquea
negra
(infinita),
ni siquiera jugaba conmigo,
mantenía su inagotable mordida
en la piel expuesta de la playa,
y yo golpeaba, apretando los dientes,
su hocico para noquear todos sus huracanes
y salvar a todas las tortugas,
palmeras, castillos de arena,
personas y juguetes.
Pero
me ingería, masticaba,
y escupía en la playa,
entonces,
en el agua que regresaba a sus fauces,
vi en mi reflejo al sol.
Me miró
y sonreí en mis ojos.
Me paré:
él se enrollaba para morder la playa
otra vez; corrí e incrusté mis puños
con toda la fuerza de mi cuerpo.
Terminé revolcado.
Metro y medio
contra
diez mil kilómetros,
diez años
contra
cuatro mil seiscientos millones de años.
Mis raspones estaban
quemados y yo me cansaba por fin,
entonces me acostaba
frágil
para ofrendar la tarde
y los colores que me prestó el sol
y sellar mi derrota.
Imaginaba entrar humano
y salir como una gaviota
hecha de agua;
volar sobre la playa
e inmolarme brisa
en la frente
de otro niño heroico.
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