Amado lengua bien amado

Escrito por: Fernando Galindo

Ilustración por: Cassandra Catalina

Este era un señorito que no se callaba nada y lo decía todo. Era tan parlanchín que nunca aprendió a parlar del todo bien porque interrumpía con frecuencia a quienes de pequeño le hablaron y nunca escuchó correctamente, en consecuencia, masticaba la lengua, y cuando lo hacía rápido la suya también.

Tenía una opinión para todo, no se guardaba nada; era como quien dice; un metiche y un chismoso. Atención, no son lo mismo estas dos palabras, la primera es para quien se mete en lo que no le importa, y la segunda lo mismo, pero para fuera.

 

Amado Lengua se llamaba, y ya graduado de una escuela para sordos, porque sólo ellos lo aguantaban, se metió de cronista a una revista en extremo amarilla. No lo hizo por morboso, porque ni la crueldad era lo suyo ni el ser muy gráfico. Como ya se ha dicho, lo suyo era decir mucho, poco le importaba sobre la materia, siempre y cuando fuera suyo y así lo creyera. El alegar era lo de menos, y en ese medio, tan vulgar y grotesco, lo que se necesitan son muchos adjetivos. Estas palabras son como aros en una cadena que se puede hacer tan grande como se quiera.

Amado Lengua tomó la vacante y se dejó llevar por lo que llenaba primero sus dedos, luego su mente y después su alma. Podía compartir cuanto llevaba en la cabeza, y esto era lo que hacía bombear su corazón

El burgués que llevaba esta empresa de notas rojo sangre, lo despidió al poco tiempo. Lo hizo porque; uno, no se callaba nunca y tenía ya cansada  a toda la gente del departamento de cronistas, y dos, porque Amado sólo escribía chistes sosos, no decía nada amargo y despreciable e imprimía mucho.

Culpa de esta peculiar manera de ser torpe, Amado se vió obligado a ver cómo se ganaba ahora la vida.

Entonces una pelota, que era su única y mejor amiga, botó y botó hasta que topó con pared. Cuando el señorito platicón se agachó para levantarla, leyó lo que decía un papel clavado al muro. ¡Se buscaba un cuenta cuentos!  No lo pensó más que un segundo y le dijo a su amiga —Estoy seguro de tener lo que se necesita, voy a aplicar para el trabajo. Vamos rápido a buscar a mi mamá y a sus hermanas, para contarles a todas ellas lo que acabamos de leer. — besó a su pelota y se fueron deprisa a informar a la familia.

 

Ya en casa de la cansada señora, que mucho quería a su hijo, pero lejos de ella, Lengua tocó el timbre y salió su mamá por él.

—Siéntese, viejita. Siéntense todas, les vengo a contar algo que me tiene emocionado y no me puedo callar. —la más grande de todas las hermanas se metió a fondo la cerilla que tenía en los oídos y fingió estar dormida.

 Amado se soltó como tarabilla dos horas y cacho, hasta que las señoras se levantaron para aplaudirle y rogarle que se fuera, no porque las tuviera agobiadas, sino porque necesitaría estar bien fresco para ir a pedir el empleo. Así lo hizo el jóven Lengua y se llevó a su pelota consigo.

 

Consiguió el trabajo sin ningún problema, el que lo tuvo fue el entrevistador, que recibió sanción por haber contratado a un don nadie sólo porque ya lo tenía tan aturdido con tanta cosa que le contaba que optó por dejar de escucharlo dándole el puesto.

Poco más de un año estuvo por ahí rondando el buen Amado. A diferencia de quienes sabían que no era un personaje, sino que así era él, los niños y niñas lo amaban, era un destacado narrador porque le ponía pasión a los cuentos que contaba, además tenía una pelota y la juventud ama ese tipo de cosas.

Es verdad que Lengua adoraba platicar y escribir, porque en resumen lo que él disfrutaba era decir, no importando el canal, ni lo que dijera, sólo buscaba el cosquilleo feliz que le producía vaciar su mente.

En una de estas veces, mientras cumplía su jornada, la mamá de una de estas criaturas a las que les leía cuentos, le agradó su estilo y le dió la tarjeta de un productor de televisión que conocía.

Se repitió la escena de emoción y fue Amado a contarle la buena nueva a su familia, y cuando mencionó lo que cobraría, se cayeron todas de boca y hasta le hicieron preguntas.

 

Un par de meses más tarde, una agencia espacial se decidía a mandar una sonda al espacio. Esta misión llevaría en su interior todo tipo de evidencia humana; música, comida, mensajes de paz, juguetes y chucherías varias. Entre tanta cosa también querían mandar un audio que diera cuenta de algún mensaje del ciudadano común, y como Amado Lengua ya se había ganado el cariño de su audiencia, por ser tan tierno y poco comprendido, le cedieron a él tan tremendo honor.

Este sería el momento más importante en la vida de quien quiere gritar algo, pero este señorito no tenía ni idea de qué grabar. Aquí una lista que se encontró con algunas de sus propuestas:

 

  1. Un poema para su pelota.
  2. La narración del gol que coronó a su equipo campeón.
  3. Obscenidades al gobierno.
  4. La receta de su crema favorita.
  5. Un mensaje para su mamá.
  6. Bi bi li du pap pap.
  7. Tres tristes tigres tragaban trigo en un trigal
  8. La primera estrofa de “Besos de ceniza

 

Llegó el día en que su decisión debía estar tomada. Entró al estudio, en donde a pesar de ser recibido como una celebridad, el que le acomodó el micrófono se puso orejeras. Entró al estudio en donde debía grabar y así lo hizo. No importa lo que al final llegó al espacio, ya será problema de quien tenga la suerte, buena o mala, de toparse con ello.

Así vivió por muchos años más el muy molesto para algunos, y lucrativo para otros Amado Lengua, quien nunca tomó pareja porque ya no estamos en era de mártires, y no tiene gloria morir por andar soportando en vida.

 

Con el tiempo su pelota se pinchó con las puntas de una barda, y sus tías, junto con su mamá, se quedaron dormidas escuchando un infomercial.

Sin nadie moral o físicamente obligada a escucharlo, Lengua se quedó solo. Si bien para sostener una conversación se necesita un mínimo de dos, para balbucear se necesita nada más que la propia voluntad. Entonces él siguió hablando por gusto y escribiendo por lo mismo.

Al cabo de algunas temporadas más, también hartó a los productores, a sus compañeros de cabina y a su audiencia, en la misma medida. Le dieron las gracias y una caja con sus cosas.

Por andar en mal momento de lengua floja, terminaron por detenerle, procesarlo, y después encerrarlo en una celda. El día de su juicio, frente al anciano que lo condenaría, dijo —Si me han de confinar por decir mi verdad, me declaro culpable, su señoría.— al ministro de la corte le pareció excelente y sólo así pudieron contenerlo junto a los autores de las peores ofensas penales.

Por su propio peso caen las cosas, y no en muchos días lo liberaron. Ni los peores criminales merecen una pena tan capital.

 

Cuando estuvo muy grande y enfermo de la garganta, Lengua se acostó en una cama individual, descalzo, como quien no espera levantarse. Así, solo y cansado, no se sentía arrepentido en lo absoluto, porque cuando uno tiene un querer que se vuelve pasión, no necesita nada más, porque la obsesión acompaña y hace mimos, si es una por lo menos sana. Muy contento de haber dicho todo lo que pudo, tarareo algo sin ritmo y se quedó sonriendo.

Sólo queda una última cuestión con respecto al trabado Amado Lengua, y es que no se sabe si habrá de hartar primero a los extraterrestres o a sus veladores.

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