Escrito por:Mariano Michalides
Ilustrado por: Catherine Aylin Vázquez Cifuentes
Al inicio, nos vemos en un mundo silencioso, la vida no tiene ningún sabor u olor y está llena de un vacío que con el tiempo comprenderemos. No me refiero a que lo lleguemos a vislumbrar por completo, pero gradualmente se hará un poco más lógico y dará un poco de orden a nuestros pensamientos y sentido de vivir.
Así como todos, un día nací, comenzó mi ser y poco a poco mi vida se fue saturando de ruidos nuevos y música nueva. Algunos días eran tanto los ruidos que me sentía aturdido, solo quería llorar y escapar, pero al intentarlo, mi llanto llenaba mi existencia de más ruidos que hacían a mis latidos correr con más frecuencia. Hasta la fecha no he podido escapar de los ruidos de esta vida.
Recuerdo un día, que como otros, el repertorio de ruidos en mi cabeza era un poco mayor. La ciudad ya soñaba al momento en que la alarma me despertaba justamente a las 5:30 de la mañana. No quería levantarme, escuchaba mis pensamientos que me incitaban a dormir un poco más y meterme, al menos un rato, en el tranquilo silencio de mis sueños. Pero me levanté, sin ganas, comencé mi día. Desayuné cualquier cosa y al salir de casa, me puse los viejos audífonos que me protegen de esos ruidos inevitables.
Caminé sin ganas, solo sentía los brazos colgar y menearse sin energía de un lado al otro. Por si fuera poco, era una mañana terrible, llena de lluvia gris. Le di play a mi música y comencé a escuchar la Sinfonía Incompleta de Schubert.
Sin éxito, mis audífonos intentaban camuflar todos los ruidos de la ciudad. Los violines trepaban entre taladros, los violonchelos se combinaban con los molestos silbidos que producía el metro al frenar, y los contrabajos se juntaban con los cláxones de los autos en tránsito. La grande, molesta y ruidosa metrópoli no contaba con director de orquesta ese día, todo ese caos quería hacerme la vida imposible. Los instrumentos de viento luchaban contra todas las voces de las personas caminando en la banqueta, mientras que sus pasos marcaban un tempo que no armonizaba con la sinfonía. Y yo sólo quería silencio para adentrarme en la música y olvidar todos esos ruidos que tanto me han hecho sufrir. Esos ruidos que me hieren, me asustan y me asquean.
Desde el ruido de la tetera de mi mamá cuando era chico, hasta el ruido de una canción que me recordaba el momento más triste de mi vida. Quisiera olvidar todos esos ruidos: el último ‘’te quiero’’ de mi madre que partió al otro lado de la tierra para estar lejos de mí, el último ‘’te amo’’ de la que pensaba que era el amor de mi vida y todos esos ‘’no puedes’’, ‘’eres nada’’, ‘’jodete’’ de las personas de las que nunca esperé escucharlo.
Esta sinfonía solo tiene dos partes. El primer movimiento suena triste y melancólico; mientras que el segundo es alegre y en algunas partes parece una pieza que niega a la primera. No quiero olvidar esta música nunca.
El ruido no es lo mismo que la música, pero sin él no podríamos apreciarla, ni a ella ni al silencio. Tal vez el silencio sólo es otro tipo de música que alivia y sana cuando podemos controlarlo y no le tememos. Por eso amo el silencio, es la música divina que debemos de encontrar en nosotros mismos para poder conocer a nuestro ser interior un poco más. Muchas veces me he perdido en esa sinfonía silenciosa que parece ser interminable.
Estaba por terminar de escuchar los últimos compases que Schubert compuso a su obra, cuando arribé a mi destino de ese día, el cementerio de la ciudad.
Me quité los audífonos y entre lluvia, llantos y cánticos religiosos que nunca he comprendido, vi acostado en su ataúd a mi padre. Aunque nunca lo quise, lo intenté recordar con alguna canción, tal vez un armonioso ‘’te quiero’’ o un melódico ‘’estoy orgulloso hijo’’. Sin embargo, no había nada, todo lo que encontré entre recuerdos fueron ruidos; ruidos que dolían más que un golpe, ruidos que no paraban de quemar. Ruidos que nunca se irán.
‘’Y ahora, guardemos un momento de silencio’’
Esa frase hizo que mis lagrimas cayeran, no podía poner mis pensamientos en orden, no sabía si ese momento de silencio era música o ruido. – ¿Qué es? Mi llanto se combinaba con las gotas de lluvia y sentí que el momento de silencio fue interminable. Toda una sinfonía de agonía bien dirigida por dos directores de orquesta: la vida y la muerte.
Este es el peor silencio que he escuchado en mi vida, es el silencio más ruidoso, punzante y escalofriante.
Me despedí, deseando que él hubiera conocido la Sinfonía Incompleta de Schubert. Nunca le pregunté qué ruidos lo atormentaban, pero a pesar de todo, espero que concluyera y dirigiera su propia sinfonía.
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