Mar Gutiérrez Carughi.
Universidad del Claustro de Sor Juana.
Taller de crítica.
The Messenger es una pieza de videoarte del artista estadunidense Bill Viola, realizada en 1996, y es una de las ocho obras presentadas en esta primera muestra individual del artista en México.
La obra en cuestión es una instalación audiovisual con una duración exacta de veintiocho minutos y veintiocho segundos, tiempo en el que se presenta una figura central luminosa y deformada, inmersa en un cuerpo de agua. Lentamente, la figura se transforma en hombre, el cuál finalmente encuentra la superficie y, con los ojos abiertos, respira. Acto seguido, se vuelve a sumergir hasta que la obra regresa al inicio, únicamente para repetirse.
La trayectoría artística de Viola nos dirige a espacios de contemplación que desprenden conceptos paradigmáticos para los estudios de las artes (así de amplio, así de ambiguo); ideas como “sagrado”, “inmersión” o “distorsión” son constantes en los textos evocativos al artista y tienen razón. Pero, ¿es el lenguaje la única manera de aprehender lo que el artista propone? ¿Es la palabra el único destino de la sensibilidad?
Pensar en la palabra como eje primario de mi lectura me resulta propositivo: ¿quién es El mensajero? y, sobre todo, ¿qué mensaje me trae de aquél vacío azul que me regala? Considerando que la obra de Viola tiene como uno de sus ejes discursivos principales el tratamiento de lo religioso, propongo una primera lectura desde lo mitológico para acercarnos a esta obra desde la única herramienta que poseo en este momento para comunicarme contigo: mi palabra.
El mensajero del Olimpo, Hermes, responde a un nombre que resuena en la historia del pensamiento de muchas maneras. Hermes, descrito como el de “multiforme ingenio” en aquel himno homérico, inventa el fuego (símbolo de conocimiento dentro de la narrativa mitológica griega), además de ser el dios del engaño. Dentro del pensamiento egipcio la escritura puede vincularse con Thot, dios de la sabiduría y escriba de los dioses, señor de la palabra y de su codificación visual. Ambos personajes encuentran su unión en la tradición post faraónica de la expansión mediterránea, en la que ambas figuras copulan en un enorme “Hermes Trismegisto”, figura que
posteriormente resultará principal en la tradición alquímica, aquella de los “vocablos equívocos”, y encontrará trascendencia en la actualidad gracias a otros magos fundadores de lo llamado “hermenéutica”.
Entonces, ¿quién es El Mensajero? El que cargado de divinidad y de secretos traduce el conocimiento, lo significa. Y, al traducir para nosotros, éste mensajero nos susurra una invitación profética: conoce el mundo, interprétalo.
Así, y de manera necesaria, la palabra remite al cuerpo. El “vehículo de la experiencia”, lo esencial, lo único que tenemos porque es lo único que somos: ese cuerpo.
Una fenomenología del lenguaje, a eso nos invita Viola. Porque, como una compañera a la que llamaré aquí Kat mencionó, “la mística se manifiesta en el cuerpo”. Esta exigencia contemplativa, a la que el artista nos orilla en el encuentro con su obra, nos conduce a encontrarnos siendo cuerpo en el espacio pero también dentro del diálogo con la pieza; es éste el “momento inmersivo” del que escriben con certeza mis compañeros de teoría y el “momento teológico” tantas veces descrito, como si el éxtasis se pudiera disecar, en los dispositivos religiosos de la historia.
La lectura que aquí propongo cae entonces en la incongruencia y podrá resultar inverosímil; considero que el primer acercamiento a The Messenger, y a la trayectoria entera de Bill Viola, debería ser meramente corpóreo: la entrega total, el sumergirse. Me posiciono desde la premisa de que Viola no se explica con premisas (aprovechando la figura retórica de la redundancia), sino con la valentía de la búsqueda interna que conlleva entender que el contenido real de la obra es sólo tuyo, hijo de tu encuentro. Por lo tanto, la interpretación que acabas de leer es tan inválida como cualquier otra, porque interpretar es trabajo del cuerpo y yo sólo poseo el mío. Porque, como vemos en The Messenger, la transfiguración a la que nos lleva el vacío (ese silencio que llevamos dentro, ese diálogo interno en potencia) nos conduce a la superficie: nos abre los ojos y nos permite respirar.
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