Escrito por: Ingrid P. Villa Gómez
Ganadora del Concurso de las Jornadas Académicas de Mary Shelley y Edgar Allan Poe 2019 en la categoría de Cuento.
Fotografía por: Misael Valero
¿Qué le dices a una mujer que está a punto de morir?
La niña jamás había sentido apego alguno por su abuela; pero ahí, en su lecho de muerte, sentía la presión de su madre y todos sus tíos.
La vieja, con sus manos en pliegues de tan arrugada que estaba, miraba al techo con aquellos orbes pálidos que tenía por ojos.
Si la mamá de la niña era estricta, la abuela era peor. Con los labios fruncidos juzgaba cada vez que la niña jugaba en su patio: que si se le veían los calzones, que si los vecinos iban a hablar, que si sus margaritas… la niña sabía que abuela era igual a castigo.
Sin embargo, en aquel instante, se forzó a sentir tristeza por la vieja.
—Acércate —le dijo su mamá con un pellizco.
Lentamente avanzó hacia la señora que no dejaba de mirar el techo.
—Abuelita… —su voz se cortó al sentir los ojos llenos de cataratas sobre ella.
En un instante, sus tíos y mamá desaparecieron y el cuarto se volvió oscuro.
Le costaba respirar, poco a poco un terrible dolor se apoderó de sus manos. Se habían vuelto nudos sus propias articulaciones, las cuales se apretaban y tronaban cada vez más.
La niña comenzó a llorar.
—No te preocupes, mamá, te queremos, todo va a estar bien —escuchó a la voz de su propia madre decir.
Escudriñó entre la oscuridad y alcanzó a distinguir a sus tíos mirándola con tristeza.
Su respiración se contuvo. Cuando volteó los ojos a la derecha, mirándola con una enorme sonrisa, estaba ella misma.
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