Escrito por: Mariana Chacón
Ilustración por: Martha Saint Martin
Buscas. ¿Qué buscas? La bolsa de plástico se retuerce vacía. “Mierda” resuena por toda la casa mientras corres de un lado a otro.
Chingadamadre, otra vez los pinches gatos. Ellos no respetan el espacio ajeno porque todo espacio es suyo, no nuestro, y nos ceden algunas esquinas para nuestras cosas.
Siento el viento recorrer mis hombros, bajar por mi espalda, hasta que agarro el suéter y me lo cuelgo.
“Pablo, deja ya ahí y cierra la ventana, que me está pegando todo el aire en la espalda.”
“¡A huevo!” Es lo único que escucho antes de ver su cara excitada mientras toma las pinturas y comienza los trazos.
Miro sus labios, su mirada concentrada, sus piernas cruzadas.
¿Recuerdas cuando posaba para ti?
Yo era tu musa, Pablo. Me sentabas en aquel sillón y me ponías el poncho negro con grietas rojas que compramos alguna vez en Oaxaca. No tenía nada más puesto. Tu mirada se posaba en mi rostro, mi cuello y mi pecho mientras tus manos se movían sobre el lienzo. No podía ver nada más, no me dejabas hasta que la obra estaba terminada.
Entonces todo se centraba en tus labios, y pasábamos días enteros juntos, encerrados en la casa con música de Chavela Vargas. Nuestra fiesta personal.
“¿No tenías que ir al trabajo hoy, Mar?” dices sin despegar la mirada de la tela.
Miro alrededor. Clavos y madera cubren el piso manchado. Gotitas de pintura roja, azul y amarilla cubren el piso y hacen un camino. Quiero irme de aquí, pero me niego a dejarle la sala. Aún sigue siendo mía aunque no hay nada mío alrededor. Miro tus pinturas, las tablas destruidas.
Solías pintarme en rojo y amarillo, nunca mi tono real. “Es tu esencia, no eres tú, Mar,” me decías. No era yo, al igual que las tardes con el mezcal que traía tu papá, mientras cantábamos canciones de Cerati y bailábamos en la habitación. No era yo cuando reía hasta la madrugada, fumando, y hablando de las palabras. “Tú eres arte,” me dijiste y reí, porque no somos arte aunque aspiramos a serlo. “El arte es la catarsis, la crisis existencial que buscamos volver tangible”.
Ningún cuadro a mi alrededor soy yo, excepto el retrato de azules y verdes profundos que nombraste “Mar”. Vacío, casi monocromático.
Fui colores en algún momento, pero ahora te miro, concentrado. Ya no eres tú, Pablo. Lo supe cuando buscaste otras modelos en los paisajes del desierto, en los verdes y violetas de las plantas, cuando las noches oscuras que parecían aquelarres fueron tu nueva exposición.
Continúas inmerso. Y yo, sentada poniendo la música fuerte en la tele, para sentir, para que la voz de las mujeres que cantan en la pantalla me recuerde que aún soy rojo y amarillo. Fumo en la sala para recordar que aún es mía.
Tu figura alargada, tu barba, solían encajar perfectamente en mi cuerpo. Tus manos manchadas recorrían mis piernas, mi espalda, mientras la delicadeza de tus pinturas tomaba sentido en mi piel.
Mi cuerpo se asemejaba al piso, con marcas de tus manos en los rincones, gotitas olvidadas que ya no miras.
Observo como pinta, remarca y entorna. Besa con cada pincelada, remarca los detalles, las luces, su mano agresiva se vuelve erótica. No mira nada más, vive en sus colores, en el paisaje. Las figuras abstractas son su nuevo sentido. Hace el amor con los cuadros.
Me levanto y salgo por la puerta. Busco mezcal, es lo que me queda de él. No me mira.
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