Xólotl

Escrito por: Aranza Benítez Roldán

Ilustración por: Alan Fernández Cervantes

Hace mucho tiempo, cuando la luna era una doncella andante y el sol un creador de maravillas, existió un joven determinante y poderoso. Su capacidad para guiar expediciones y estrategias militares era reconocida por todos los suyos, especialmente por los gobernantes que reinaban en los alrededores de su poblado. Su nombre era  Xólotl, un juego de significados que llevaba a pensar en lo acuoso y solemne que podía ser un ser sobrenatural. Todas las fortunas celestiales parecían ahondar en la presencia del joven guía como si de un amuleto mágico se tratara. Sin embargo, Xólotl a veces meditaba sobre la suerte que le había tocado resentir; se preguntaba si los esfuerzos que hacía, como las encomiendas y planeaciones de guerra, eran suficientes para llenar el vacío creciente en su pecho. Este vacío apareció cuando tomó la decisión de servir a su gente en lugar de pensar en su bienestar propio, algo que lo alejaba de las actividades y aspiraciones que más le gustaba imaginar. Algunas de estas se encontraban en la investigación relacionada con las plantas, especialmente aquellas que residían a lo largo de los canales de agua que adornaban la entrada y salida de su hogar. A veces se dejaba llevar por la brisa del olvido para contemplar a sus amigas verdosas, quienes disfrutaban del riego mañanero ofrecido por los dioses.

Xólotl creía, más que cualquier sabio, que la naturaleza era la clave para conocer y entender el mundo. La vida se abría camino por medio de los ríos, los animales y demás especies que tenían la fortuna de dejar huella en la tierra creada por la sucesión de sus antepasados. Esos pensamientos admirables hacían que el tema de la guerra, poco recurrente en el hogar del joven, tomara un significado menor e inservible. Sin embargo, los conflictos siempre insisten en hacer acto de presencia, sin importar la época o el cambio de astros que el cielo se proponga vestir. La suerte no favoreció a Xólotl el día que habló con sinceridad en vez de mentir, el día que iluminó su imagen con el destello del sentimiento en lugar de la ira, el día que prefirió correr con una herida en el hombro en vez de tomar su arco y contraatacar. El joven había construido, de forma precipitada, una carga que sólo buscaba hacerlo desaparecer. El bando enemigo intentaba rastrearlo entre el pasto y la tierra húmeda esperando terminar con el creador de tantas bestialidades y muertes. El perdón dado por el joven no era suficiente para aplacar el rencor naciente de los vencidos, ahora sólo importaba la venganza y la supremacía de poder. Los pulmones de Xólotl apenas dieron paso suficiente para que este llegara al extremo de un río cercano. El cuerpo descansó por unos momentos, intentado ordenar los acontecimientos que lo habían llevado hasta ese lugar; la sangre en el hombro era prueba única de su destino próximo, poco se podía hacer para calmar el dolor y la angustia. La vista del joven se nubló por un instante. El ruido de algunos chapulines lo mantenía expectante, tratando de que sus últimos momentos fueran socorridos por la naturaleza que tanto amaba. Una pequeña luz se acercó al rostro del joven, casi besándole la mejilla sonrojada.

¡Alt! ¡Atl! ¡Atl!

Los párpados de Xólotl imitaron la esencia del vuelo de las mariposas al intentar entender la situación. Una voz, proveniente del río que tenía frente suyo, comenzó a susurrarle como si estuviera aconsejándolo.

— ¡Alt! ¡Alt! ¡Alt!

La pequeña luz, sin aviso previo, se convirtió en una bruma acogedora para cubrir el cuerpo del joven. Este se dejó llevar por el sonido de la voz y el brillo envolvente para después sumergirse en las aguas frescas y burbujeantes. Xólotl había logrado el mejor de sus objetivos. La luz, que no era otro ser que el mismo Quetzalcóatl, le concedió al joven la oportunidad de renacer y vivir cerca de lo que más amaba: la naturaleza. Su cuerpo, transformado en un animalito cambiante, tendría la agilidad y el poder para controlar tanto el mundo terrenal como el mundo acuático, dando inicio a la vida del ajolote.

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