Vigilante del cosmos

Escrito por: Bryan Pichardo Gallegos

Ilustrado por: Fernanda Ramírez (Cempasúchil de guayaba)

En la estación A-022 del cuadrante M, ubicado en el espacio profundo, solo quedaba un hombre. Hacía tanto tiempo que el operador en turno no había visto a nadie en toda su estancia; casi no creería que hubiera compartido el trabajo con alguien en el pasado pero, las bitácoras daban registros de que en otros tiempos hubo otros más aparte de él.

La función de la estación era tan sencilla como crucial: el monitoreo del espacio en un cuadrante específico, y la constante recepción y emisión de señal que alertaba al resto de las flotas estelares de posibles problemas. Podría decirse que era como un faro espacial. Situado en un remoto y solitario planeta. En la cima de una formación rocosa.

Estaciones como aquella, las había dispersas por toda la galaxia.  El área que resguardaba la estación A-022, tenía la particularidad de ser una “zona vacía”; lugares donde no había estrellas o cuerpos estelares que brindaran luz, en aquella oscuridad, navegaban asteroides, trozos de lunas y demás despojos espaciales.  Con los que se corría el riesgo de estrellarse al penetrar la zona, creando escenarios siniestros donde el vacío era iluminado por la fugaz explosión. Ahí entraba en acción el faro, este debía mapear el área con un sistema rudimentario que registraba un estimado de lo que podría haber en la zona oscura, y a la vez, con un radar, monitoreaba el borde del vacío para detectar naves entrantes con las que se comunicaba y a las cuales advertía sobre el lugar que estaba en curso.

Los sistemas de la estación funcionaban al estar en un planeta con luz y buena ubicación. No estaba dentro de la zona, sino en el borde; como un faro que vigila el gran mar desde la orilla del mismo.

Pero el auge espacial ya había pasado, y con un mapa del cosmos conocido, las tripulaciones y demás hombres del espacio se conformaban con las rutas seguras de los cuadrantes y todos evitaban los extraños vacíos, dejando a los faros y a su heroica labor en un tiempo que pocos recordaban.

Con el tiempo, el olvido dio paso a varias situaciones nada comunes que sucedieron con más regularidad. Naves aparecían y entraban en el radar, el vigilante lanzaba la alarma, con la esperanza de contactar con ellos, volviendo a realizar su labor; pero todo lo que recibía era la estática de la radio.      Por momentos pensaba que algunas eran naves perdidas que navegaban sin tripulación, a la deriva, pero en el último momento, esta daba señales de vida y veía con horror como se precipitaban de forma intencional hacia el vacío, perdiéndose para siempre, dejando al hombre apretando la radio con la mano, en un intento en vano de tratar de obtener comunicación.

Tripulaciones enteras dirigiéndose a un suicidio cósmico. Recorriendo océanos de espacio para terminar en las tinieblas de aquel agujero.

La situación le provocaba una gran tristeza; había pasado de ser un guardián, una figura de autoridad que salvaba vidas, a ser un simple hombre que trataba de resguardar su zona; intentando disuadir suicidas sin poder hacer más que hablar por un monitor, recibiendo indiferencia por una labor que antes retribuía con halagos y sinceros agradecimientos. Él, quien lo daría todo por volver a casa, tenía que mirar impotente como otros dejaban todo para ir hasta ese lugar a morir. Al principio le costaba entenderlo, pero en una de las contadas pláticas, que logró obtener al establecer contacto, supo aspectos que le produjeron un horror profundo. Para cerrar el ciclo- dijo una voz masculina entrecortada, para rendir tributo al cosmos y esconder nuestros errores.

Eran situaciones que le robaban el sueño y lo condenaban a pasar días y noches enteras sin poder cerrar los ojos. Los gritos, los llantos y las plegarias al poder superior, implorando perdón entre la estática de la radio, eran cosas que no podía sacar de su mente.

Conforme la situación se repetía, el sentimiento fue disminuyendo y los eventos se volvieron algo cotidiano.

¿Cómo acostumbrarse a algo así? Nunca fue su labor y muy a su pesar, no tenía alternativa. La zona oscura se había convertido en un lugar que atraía la tristeza y el dolor ajeno.

En varias ocasiones soñaba que salía de la estación y navegaba para conocer el cosmos que siempre soñó. Quizá ver de primera mano qué tan lejos había llegado el ser humano en su constante expansión, descubrir los nuevos retos a los que se habían enfrentado. ¿Qué lo detenía? Los reportes se enviaban, pero ¿alguien los leía? ¿seguía existiendo una federación que monitoreara a las estaciones?

Ya había reportado las situaciones de los suicidios anteriormente y no había recibido respuesta. ¿Siquiera lo escuchaban? Cosas como esas lo animaban a dejar todo atrás y volver a la Tierra.

Pero, ¿estaría igual que como la dejó? Conservaba algunos recuerdos de su origen, con todo lo que había visto, pero ha pasado tanto tiempo… ¿y si la Tierra ya no era el paraíso que recordaba? Años de exploración… debía de ser la utopía en el centro del universo, ¿acaso no lo era? Todas esas pérdidas, ¿tan mala era la vida allá afuera como para terminar aquí?

Quizá en aquella estación estaba más a salvo que allá afuera. ¿Cómo saberlo? En sus sueños, siempre salía de la estación solo para encontrarse ante la oscuridad imperturbable del vacío estelar, escenario que lo despertaba entre fríos sudores y sentimientos de zozobra inconsolables.

     Y esos pensamientos le acompañaban día a día en su rutina, manteniendo así la cordura: mapeo de la zona, generación de reportes, calibración de señales de alerta, chequeo de frecuencias, etc. Y en medio de sus cavilaciones, el radar lanzó una imagen en la pantalla. Otra nave acababa de entrar en la zona de riesgo y se dirigía hacia el vacío. El hombre, más por deber que por ganas, se levantó y emitió la alarma. Como era de esperarse, no obtuvo respuesta. Probó con el mensaje de voz que lanzaba la advertencia. Nada. Estática y ya. Otra nave que había viajado desde quién sabe dónde para morir. Se dispuso a apagar la radio y volver a sus asuntos con tal de apartar la mirada de aquel incidente, ya había tenido demasiado de aquello.

Entonces, la radio escupió la voz de una mujer. El guardián lanzó el discurso de disuasión de siempre, le animó a volver a casa. La radio guardó silencio antes de responder en tono melancólico.

—¿Sabes lo que ocurre en el exterior? …ya no queda a dónde ir

El hombre no respondió. La nave de la mujer aceleró, acortando la distancia entre la zona vacía y ella.

A pesar del shock que le provocó el contacto, había perdido los ánimos de persuadir a alguien más, y sabiendo que aquello era inevitable, se limitó a formularle una última pregunta.

—¿Qué tan lejos hemos llegado? La mujer río y después de un largo y lastimero suspiro, respondió.

—A ningún lugar, todo está perdido, hemos ido demasiado lejos y en el camino, olvidamos cómo volver. Los pocos que deambulan tratan de llegar a lugares como estos para perderse en su interior y ocultar nuestra vergüenza. Se lo debemos al cosmos, hemos hecho tanto daño que lo más lógico es perderse donde nadie pueda vernos jamás

La estática en la radio se cortó al momento que la nave entró en la zona y el radar volvía a la normalidad, sin detectar nada.

¿Era eso, entonces? ¿Acaso la vastedad del espacio hacía perder la esencia del ser mismo? ¿La magnitud del cosmos era demasiado grande para dar significado?

Apagó la radio y cortó el suministro de energía de la estación. Lo primero en caer fue el monitor; cuando todos los mapas, mediciones y demás íconos desaparecieron para dar paso a una pantalla oscura, el hombre sintió una enorme paz. Era como dejar de ser un testigo involuntario en el caos y la decadencia de afuera a la cual era obligado a asistir.

Más tarde, el transmisor se apagó y la señal intermitente que pulsaba en el espacio dejó de sonar, la alarma de advertencia se perdió; era como apagar la luz de un faro en medio de la silenciosa noche.

Poco después, las luces en la estación se tornaron rojas y los niveles de oxígeno fueron alarmantes. Pero el hombre permanecía en su habitación, solo, con el puñado de recuerdos de una vida pasada y un par de memorias que valían la pena recordar en un momento como ese.

Solo era cuestión de tiempo, como una maldición y él lo sabía. Poco importará que tan lejos llegue la humanidad en el espacio, al final, la soledad de su alma siempre superará al vacío estelar, y del interior de su propio dolor no encontrarán naves ni horizontes por los cuales escapar.

© 2020, Celdas literarias, Reserva de derechos al uso exclusivo 04-2019-070112224700-203

Scroll al inicio