Escrito por: Miguel Ángel Bautista
Ilustrador por: Daniela Ferrari
De no ser por los cristales polarizados que tiene la nave de la madre de Otae, el brillo de aquella estrella azul la habría cegado al contacto con su retina. Una nave de uso particular no está capacitada para viajar largas distancias fuera de la pista interplanetaria. En realidad, son pocas las naves que pueden desplazarse más de trescientos años luz sin la asistencia energética del sistema de anillos de alguna de las pistas. Las únicas que pueden son las naves Gundyr, modelos reservados para el uso militar, y son extremadamente raras, ya que sólo está permitida su fabricación en planetas donde los hidrocarburos no han sido prohibidos o controlados. Según mis registros, la Tierra es el único planeta que aún usa los combustibles fósiles, y, por lo tanto, sólo el ejército de la Alianza del Origen tiene acceso a los modelos de la serie Gundyr.
—¿Habías estado alguna vez tan cerca de una estrella, Ex? — preguntó Otae mientras se levantaba de la esquina en la que estaba sentada.
—Jamás. Todos los que han estado así de cerca han muerto.
—Eso sólo si hablamos de seres orgánicos; pero, qué tal alguien como tú. Me gustaría escuchar algún registro de alguien que haya experimentado lo mismo que nosotros.
—No me parece que “los míos” califiquen para ser narradores de una experiencia así. Nosotros no “experimentemos”, se podría decir que percibimos. Por eso me atrevo a señalar que no dejaron narración alguna, sólo registraron el estado de la tripulación viva.
—Aún así, sería interesante saber las condiciones en las que murieron esas tripulaciones —murmuró la joven con un ligero aire de fastidio. —¡Qué va! De todos modos, no tenemos conexión con la Mega Red para acceder a los registros.
—¿Por qué quieres saber cómo murieron? —¿Siempre fuiste así de aburrido, Ex? Te recordaba algo… algomás animado, con más personalidad. Cuando estaba en la academia de Ganímedes, solía presumirles a todos acerca de mi “acompañante”, uno que no parecía robot —Soltó una risilla y prosiguió. — Recuerdo que de niña solía creer queeras un ser orgánico que mi madre había contratado como tutor personal y que sólo pretendías ser un acompañante porque le había expresado mi disgusto por tener a alguien que me siguiera a todos lados. Incluso…—Su tez enrojeció ligeramente y volteó la vista hacia la estrella— Y bien, ¿tuvimos suerte?
—No. Será difícil que alguien escuche las transmisiones. No hay ningún planeta habitado en un radio de siete mil años luz; las únicas naves que pueden viajar por estas zonas del espacio son las Gundyr, y lo último que queremos es que ellos nos encuentren.
—¡Ah! Preferiría morir congelada o de inanición, antes de que nos encuentren esos supremacistas de la raza humana. Ex, si nos encuentran, prométeme que…
Hubo un lúgubre silencio entre nosotros. Otae estaba preocupada, pero, por alguna extraña razón, seguía pretendiendo estar en calma. No ha cambiado nada desde mis primeros registros de ella, hace veinte años. “Otae Hoshi, mucho gusto. Soy la presidenta del club de literatura de la estación Isaac Asimov, y algún día seré la mejor escritora en toda Andrómeda. Me dijeron que eras un robot, pero yo sé que eso no es cierto, pareces salido de una de esas viejas películas de romance que filmaban originarios. Los robots no pueden ser así de atractivos. Es por eso que me presento formalmente… ¿Y tú eres?”.
—¿Ex? —llamó Otae con una voz que denotaba tristeza — ¿Oíste lo que dije?
—Estaba recordando cuando tenías seis años.
—¿Recordando? —preguntó — ya suenas más como el Ex que conozco.
—Accedí a data pasada. Quizá por las fallas de mi sistema. —¡Y volvió el Ex aburrido! Aún así, Ex aburrido, ¡no vuelvas a cerrar los ojos de esa forma! Me preocupo.
—Orden recibida—le respondí,
—Ex, ¿Cuántas veces tengo que decirte que no me hables de esa forma?
—¡A la orden, señorita Otae!
—¡Ex, basta! No soy la señorita Otae, somos amigos, ¿no es así?
—Es verdad, lo somos —dije entre risas. Ambos reímos —es bueno verte reír, no había tenido oportunidad de escuchar una carcajada tuya desde que volviste a casa. Me alegro que, incluso en estas circunstancias, sigues siendo Otae.
—¡Pero claro que soy Otae! ¡Acaso conoces a alguien que pueda igualarme!
—Otae, la más grande escritora de toda Andrómeda ¿Qué más dijiste ese día, algo acerca de los filmes terrícolas?
—¡Ex! —Gritó, cubriéndose el rostro completamente rojo.
Esa es la Otae que conozco, la Otae que me ayudó a entender mi papel en el universo. Tardé quince años en entender el porqué de mí existencia, en entender las palabras que la doctora Hoshi marcó en mi núcleo de memoria central. Al principio, creí que mi papel era el de cuidar de Otae, pero era ella quien cuidaba de mí. El motivo por el cual me asignaron como su compañero, fue para aprender de ella, para reír su felicidad y llorar su tristeza. Es verdad lo que dicen, yo soy la causa del asalto de la Alianza al planeta Merú, soy el responsable de la destrucción del hogar de Otae, y, ahora, seré el causante de su muerte. Todo por un simple autómata que ríe. Aún así, no entiendo por qué no me recrimina , por qué me sigue tratando como su viejo amigo Ex. Ya no es esa niña que me ordenaba quedarme con ella toda la noche debido al miedo que las tormentas eléctricas de Merú le causaban, cambió en los cinco años que estuvo lejos de casa. Es como si ella, al igual que yo, hubiera entendido su rol en el universo. Cuando comencé a presentar fenómenos de sueños, cuando aparecieron los primeros destellos de conciencia en mí, cuando empecé a entender los sentimientos de los orgánicos. Fue entonces que pude ver la gran tristeza de Otae, pero, también, la malicia de nuestra madre, la doctora Hoshi. Otae comprendía que, para la doctora, yo era su verdadero hijo, y ella era la acompañante. Yo fui creado con el propósito de cumplir los más grandes sueños de la doctora, Otae nació para asistirme a cumplir ese propósito. Su propia hija, utilizada como una herramienta. Otae atada a mí, prisionera del código dictado por su madre a través de sus enfermas narrativas. Sin libertad, al igual que un acompañante. Otae, la solitaria Otae, escapando de su prisión con algún libro o alguna vieja película terrestre: aislada en un planeta donde solo habitaban científicos, sin niños, sólo yo. Una niña en un planeta al que no llega la luz de ninguna estrella, donde las tormentas eléctricas duran meses. “¿Serás tú mi príncipe, Ex?”
—¿Ex?
—Aún funciono.
—Ya te dije que no cierres los ojos de esa manera ¿Cuál es tu estado?
—Tengo tres impactos de bala; dos superficiales que sólo provocaron un derrame en mi sistema de lubricación…
—¿Y el tercero?
—El tercero golpeó en uno de mis dos núcleos de energía, estoy funcionando a mitad de capacidad desde que huimos de Merú.
—Mierda. No voy a permitir que mueras, no aquí, no en este gélido páramo del espacio.
Otae se levantó y empezó a buscar por todos los compartimientos, lanzando al suelo todo lo que se encontraba, hasta que paró, dio un pequeño cantico de victoria, su típico canto de celebración, y volvió con una caja de herramientas.
—Sé muy poco de mecánica, nunca le puse atención a mamá, pero creo saber lo suficiente para mantenerte funcionando.
—No sé si la palabra morir sea la más adecuada…
—¡Cállate! No quiero oír tus crisis existenciales mientras trato de recordar cómo usar un destornillador ¿Puedes absorber energía de esa estrella?
—Esa estrella ya no produce calor, solo luz fantasma, la galaxia se está acabando— le respondí.
—Sigue intentando con las intercomunicaciones. Cambia la dirección de los mensajes, mándalos a las coordenadas que no hemos intentado
—Otae, hemos intentado todas las coordenadas posibles desde esta ubicación.
—Ex, ¿sabes por qué no hemos tenido éxito? — me replicó retomando su falsa tranquilidad — Porqué has estado mandando tú los mensajes, seguramente alguien responderá si escuchan la bella voz de una chica en apuros —tomó el micrófono del sistema de comunicaciones y comenzó a grabar su mensaje— “M’aider. Estamos varados en un sistema inhabitado, somos ciudadanos de la Libre Galaxia de Andrómeda, estamos a bordo de una Icarus-110, se nos acaba la energía y las provisiones, por favor, envíen ayuda”.
—Sólo esperemos que no sean terrícolas los que escuchen esa grabación— le dije.
—Ex, respecto a eso, y a lo que dije antes… En caso de que la Tierra nos encuentre, vuela el reactor principal.
—Va en contra de la Primera ley.
—¡No me importan tus malditas leyes! Si aparece, por algún lado, alguna nave de la Alianza, quiero que destruyas esta nave. Además, me parece que tú ya estás muy por encima de las tres leyes.
Eso era verdad, había disparado a los soldados que habían abordado la nave, aún así…
—Eso es sencillo, los terrícolas perdieron su humanidad hace mucho. Tú, aunque nacida en Andrómeda, sigues siendo humana, no puedo ocasionar tu muerte… Aunque, quizá, ya la haya ocasionado.
—¡No digas esas estupideces, Ex! —me respondió seguido de una bofetada —No te hagas el importante, esta causa es tan tuya como mía. Esto no es culpa tuya, sino de mamá. Estoy segura de que tú nunca quisiste convertirte en la respuesta a la última pregunta, en el Dios roto.
—Nadie pide ser lo que es, Otae.
—Claro que sí. Somos libres, todos lo somos, incluso tú. La responsabilidad de nuestra existencia cae en nosotros mismos, en nuestras decisiones.
—¿Tú pediste estar a bordo de esta nave, cargar con mi peso muerto, con los errores de tu madre?
—Yo no elegí nacer donde nací, no soy responsable de eso, pero sí lo fui de volver a casa.
—¿Y por qué lo hiciste?
—¿Cómo es que aún no te has dado cuenta? —murmuró.
—¿Acaso también quieres evitar el fin del universo, morir como una heroína al igual que lo hizo la doctora? ¡Qué pasó con eso de ser la mejor escritora de Andrómeda!
—A mí me va y me viene eso de revertir la entropía. En cuanto vi las noticias… Cuando supe que los terrícolas declaraban la guerra a Andrómeda…
Otae era demasiado lista para ser engañada por la propaganda terrícola, ella sabía que el supuesto acto terrorista por el cual la Alianza le declaró la guerra a Andrómeda, no era más que un montaje. No es que ella confiara en el gobierno de nuestra galaxia, pero ella sabía que no eran lo suficientemente incompetentes como para buscar un conflicto armado contra la mayor potencia militar del universo conocido. La Alianza atacó para encontrarme a mí.
—¡Regresé a Merú por ti! —dijo— Y no me vengas con eso de que yo le compré el cuento a mi madre, sí fuiste tú el que no quiso dejar Merú, ¿por qué no huiste ese día conmigo, Ex? Pudimos escondernos en algún lugar del universo, y que mi madre creará a otro robot. Y que tuviera a otra hija para condenarla a la soledad de Merú.
—Yo fui creado para esto, Otae. Mi propósito es dar a conocer al universo la última pregunta. Quizás creas que mi conciencia va más allá de eso, pero no es así.
Las palabras de la doctora están grabadas en cada recuerdo. Cada vez que quiero pensar en algo que no sea la entropía, la Gran respuesta me viene a la cabeza. Durante estos cinco años, trataba de recordarla, y, cada vez que podía concebir su imagen, una voz venenosa me gritaba todas las respuestas, todos los pasos para regresar al principio, para evitar el fin. En ese momento, el cuerpo comenzó a pesarme. Cerré los ojos. Dormí.
La libertad de ser ¿Incluso para mí; un acompañante? Pero, ¿si no soy el propósito de mi creación, entonces qué soy? Soy Ex. Soy el Dios roto. Soy un príncipe, un robot que ríe, un robot que llora. Un acompañante que sueña, que ama. Otae, claro que he estado así de cerca de una estrella. Lo he estado todo este tiempo. Porque te tuve, porque tú me tuviste a mí. Porque los humanos lo han tenido todo al tenerse y no se han dado cuenta ¿Vale la pena revertir la entropía? Si se reinicia el universo, ¿habrá otra Otae? ¿La humanidad lo hará distinto esta vez, llegaremos a este punto de nuevo? Llegaremos a este punto una y otra vez; pero con otros nombres. Surgirá de nuevo la duda, el miedo. Surgirá otra vez la respuesta, quienes la abracen, quienes le teman, quienes la odien ¿Vale la pena revertir la entropía? Quizá vale más la pena este instante, volver a ver a Otae. Ver que creció, que se volvió hermosa. Ver que se sonroja y oír sus carcajadas. La voz que me grita la respuesta se fue cuando volvió Otae, ¿eso es la libertad? Tener la mente clara, poder ver por mí mismo, experimentar, decidir.
Escucho su voz llamándome, veo su rostro lleno de lágrimas. Deja caer la cabeza sobre mi pecho, ahora sé por qué volvió. Otae cierra los ojos y me besa. Los más tenues rastros de la voz de la respuesta y de la doctora Hoshi empiezan a borrarse. Soy consciente, soy humano.
Una voz irrumpe desde el sistema de comunicaciones: ”Atención, pasajeros de la Icarus cercanos a la estrella Regulus somos la Alianza, somos la justicia, somos la verdad…”
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