Escrito por: Sara Aranza Aquino Gabriel
Ilustración por: Cassandra Catalina
La primera vez que monté un caballo fue cuando empezaba la preparatoria y mi abuelo en un intento por reconciliarnos, me invitó a conocer a Rayo. Un animal enorme, indomable y con un trote tan torpe como el de su futura dueña. Isabel Zapata escribía en Una ballena es un país que la mejor manera para domar a los andaluces era comprendiendo y aceptando su naturaleza salvaje, y así fue. Rayo el caballo negro casi café se dejó montar cuando dejé de tenerle miedo y acepté que no debía pegarle con el fuete, sino hablarle o mascullar sonidos con mi boca. Bastaba un toque de mis tobillos en su ijada para acelerar el paso y aunque nunca cambió ese trote torpe y casi violento. Rayo pedía que lo acariciara cada vez que lo visitaba.
Pero ¿cómo se doma a un caballo fantasma? ¿cuál es su naturaleza? El Caballo fantasma es la nueva novela de Karina Sosa Castañeda, una narrativa que comienza en el encierro, en el cuarto de un exconvento que alguna vez fue inspiración para Italo Calvino. Ahora lo es para una mujer que ha perdido a su madre e intenta recuperarla a través de sus diarios. Ka reconstruye a través de memorias y anécdotas el cuerpo de un caballo. El fantasma de una madre obsesionada con el hipódromo y que nunca conoció, porque prefirió alejarse de ella por su enfermedad mental.
Pero el fantasma no solo es la madre, sino la protagonista misma. El escenario fantasmagórico de la novela se da en las calles de Oaxaca y en un departamento sobre la calle de Hidalgo. El caballo acompaña a Ka en la melancolía de recordar a su madre y sus cosas. Pero ¿qué sucede cuando los muertos parecen los vivos? y ¿los vivos parecen muertos?
La naturaleza de este Caballo fantasmas radica en los espectros del recuerdo. Los fantasmas son los amores que olvidamos, en ciudades lejanas y posiblemente no volveremos a ver. De los amigos que fueron amantes y se recuerdan como imágenes difusas. O aquellos amores que llegan una noche de mayo y se fueron entre cortinas de humo e indiferencias. Sus recuerdos son el Caballo fantasma que sueña la imagen de su madre.
Pero los fantasmas también pueden ser las abuelas, aquellas que vierten gotas de tristeza y visitan a sus muertos con tanto fervor que olvidan irse. Aquellas mujeres de piel canela que pudieron ser cantantes, escritoras o pianistas, pero fueron campesinas que de niñas jugaban en los árboles. Las abuelas como una figura materna, perdida por los años y que muere antes de poderles decir “te quiero”. Los fantasmas en Oaxaca se recuerdan en las casas con sus respectivas imágenes y se les celebra el día de muertos.
Los fantasmas también son los libros, los que compramos durante la carrera, los regalos y aquellos que olvidamos intencionalmente en un cuarto de estudiante. Libros en las bibliotecas oaxaqueñas que forman artistas o escritores con talleres de poetas chilenos. Los fantasmas somos nosotros en una ciudad donde la gente ya no sale. Aunque a veces se proteste, se baile porque es lunes del cerro o se grite a todo volumen las injusticias del estado. Oaxaca sigue siendo una ciudad de muertos, fantasmas que se velan a sí mismos y a veces se olvidan de sí en un bar del centro.
El caballo fantasma es el recuerdo de cada uno de nosotros. Tal vez el remedio para domarlo radica en aceptar nuestra condición de fantasmas y reconstruir nuestro caballo susurrando recuerdos. La novela Caballo fantasma es sin duda una narrativa intrigante y casi como un sueño. Los espacios que visitamos no sólo se dan en la ciudad, sino en el inconsciente de la protagonista. Karla Sosa Castañeda nos lleva entre fragmentos a una ciudad donde todos estamos muertos; de miedo; de felicidad; de nostalgia; de cólera o de hambre.
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