Escrito por: Javier Alejandro Anaya Cantoral
Ilustración por: Cassandra Catalina
“¿Qué es el vértigo? ¿El miedo a la caída? ¿Pero por qué también nos da vértigo en un mirador provisto de una vaya segura? El vértigo es algo diferente del miedo a la caída. El vértigo significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta en nosotros el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados.”
Kundera, 1989.
La muerte y la vida se nos presentan en el cuerpo. Nada podemos decir de ambas. No podemos responder qué es la vida o la muerte, ya que toda respuesta es una mera suposición, una explicación que nos podemos dar para colmar nuestras ansias de nombrarlas o conocerlas, pero como seres humanos siempre erramos al querer envolverlas de conocimiento alguno. Si algo podemos hacer es sentir algún suceso en el cuerpo, un fenómeno, una convulsión, un quién sabe qué que intentamos nombrar. ¿Qué puede ser más desconocido que el cuerpo mismo? Decir que estuvimos cerca de la muerte o que hay algo que nos transmitió vida no es más que el intento de nombrar lo que sucede dentro de este.
Si nuestro cuerpo es desconocido, si se nos presenta como algo ajeno, que nos invade, que nos toma, ¿tenemos entonces una razón para decir que el miedo y el erotismo son polos opuestos? ¿Hay algo que pueda llegar a ser tan horroroso e insoportable que nos haga no voltear a verlo nuevamente? ¿Acaso solamente lo placentero será lo que busque repetir el hombre?
Las fobias se nos presentan como lo horroroso, lo inasimilable, trasferido a un objeto bien identificado. Basta con abrir el Manual de diagnóstico de trastornos mentales para encontrar que hay un sinfín de fobias específicas, tanto a objetos inanimados como animados. La persona con una fobia, suponemos, busca evadir el objeto que le causa horror (“irracional” desde la mirada psiquiátrica), pero si uno se detiene a escuchar o escucharse hablar acerca de su propio miedo, se topará con que no es precisamente cierto objeto el que causa la angustia, sino que, como Freud (1932-1936) nos enseña en su texto sobre angustia y vida pulsional, es la angustia la que busca una representación en algo externo para poder “ser evadida”.
La persona con fobia no elige cualquier objeto, fija la representación de su angustia en uno con el que sabe que se puede volver a topar: una rata, una araña o un payaso, por ejemplo. No le tiene pavor a un objeto del que esté seguro que nunca en su vida volverá a encontrar; por el contrario, la fobia es como esperar encontrarse nuevamente el objeto de horror, es un deseo de revivir eso que, además, tiene una relación estrecha con el sujeto mismo.
Esto me recuerda a Freud (1917-1919) y su texto sobre lo ominoso, donde el neurólogo deja en claro que aquello que causa terror, aquello insoportable, no es más que lo que llevamos dentro pero buscamos exteriorizar para no reconocerlo. Nos decimos que “el peligro existe y es externo a mí”, pero no hay peligro externo, el verdadero peligro es el que llevamos dentro, aquello que es totalmente íntimo, lo que no pueden conocer los demás, nuestros propios deseos. Hablamos de aquello de lo que ni siquiera nosotros mismos queremos saber, y por eso es mucho más fácil poder adjudicárselo a un objeto externo cualquiera, para poder huir de él, porque claro, lo peligroso, lo inaceptable, siempre está en el otro. Sin embargo, tal como nos señala Kundera, aquello a lo que tenemos fobia no hace más que seducirnos y recordarnos que detrás de ese horror hay un océano de deseo.
La seducción que proviene de nuestros deseos es una invitación a saltar, a pasar más allá de la valla de seguridad, más allá del límite propio. Me parece que esta característica no solamente es propia de las fobias: las filias son reconocidas más fácilmente en el plano de la seducción de un deseo, el intento de realizar algo que se presenta completamente normal. Tal es el caso del amor, pero también puede ser visto como un acto anormal o inaceptable, como lo son las parafilias.
Las parafilias son fantasías y comportamientos sexuales que se muestran en una persona de forma recurrente. Cabe señalar que lo llamativo de las filias, más allá de que puedan ser inmorales, es que pueden llegar a ser angustiosas (el amor sin duda puede serlo) o causar algún daño severo en el individuo que las lleva a cabo y que, al igual que sucede con las fobias, pueden presentarse asociadas a objetos animados o inanimados.
Es cierto, las filias pueden ser placenteras para las personas que las padecen y actúan con base en ellas, cosa que difiere en las fobias porque éstas causan terror y un sentimiento de acercamiento a la muerte. Sin embargo, tal como se mencionó, las propias filias pueden llevar al sujeto a causar daño a otros o a uno mismo. Por su parte, en las fobias se oculta un deseo del cual se defiende el propio individuo porque este puede ser excesivamente placentero: como el acto de saltar a la nada —saltar a aquello que dejaría al sujeto a un estado permanente de placer—, pero el sujeto se pone un límite a partir de la fijación de un objeto fóbico.
Si seguimos la lógica que Foucault (2007) nos presenta en el primer volúmen de La historia de la sexualidad (La voluntad del saber), la sexualidad es algo que puede desbordar en los sujetos. Es por ello que la cultura, a partir de la psiquiatría, la medicina y la psicología, se ha encargado de nombrar, etiquetar y describir todas las prácticas sexuales que el ser humano realiza o concibe. En otras palabras, se crearon las parafilias. En principio, esta clasificación tenía como objetivo la comprensión y la limitación de las aberraciones sexuales. Sin embargo, lo único que causó fue que los deseos pudieran ser identificables; se dio una fijación gracias a esa categorización y, junto con ello, una proliferación de la expresión de la sexualidad en el ser humano, así como de nuevas prácticas.
Las filias son un tope de la sexualidad pero, para ser precisos, son un límite que, al igual que en el caso de las fobias, es fallido. La fobia evade y busca en todo momento la angustia, una excitación que hace que el cuerpo se estremezca, pero que no es más que el exceso propio del cuerpo que se manifiesta en una representación externa para poder “liberarse”: es la búsqueda permanente de ese exceso.
Por su parte, las filias son el tope de la sexualidad que desborda al sujeto. Nuevamente, al igual que la fobia, se trata de un exceso del cuerpo que busca un límite. Es bien sabido que el cuerpo es completamente excitable, erógeno, pero que este se va moldeando por la sociedad. Es por esto que las parafilias ayudan al individuo a localizar lo que respecta a la sexualidad del cuerpo propio, lo que lo lleva a la cúspide de su estremecimiento. Claro está que, en el caso de las filias, se trata de algo que no es aceptado socialmente; aunque existen algunas que son aceptadas y reguladas en ciertos grupos sociales, su gran mayoría causa rechazo en la sociedad. La falla, o logro, de la fobia es el reencuentro con el objeto, la de la filia es la localización o nombramiento de la particularidad sexual, aún a costa de su lazo con la sociedad.
El deseo, el erotismo, la muerte, la vida, el placer, el dolor y la seducción se encuentran, sin duda, en las filias y las fobias. Ambas son la re-presentación de un deseo, aquello íntimo que desconocemos, un cuerpo que a partir de su exceso busca una salida, una terminología o una representación física, para así delimitar lo que se puede, o no, hacer con él. La parte indescriptible y no cuantificable del cuerpo, lo que siempre se escapa al propio individuo, es lo que busca dicha representación, una forma de poder denominar aquello que no tiene nominación.
Que la sexualidad y el horror estén asociados al deseo mismo es porque toda fuente este deseo es el cuerpo, es aquello que busca dominar completamente pero que siempre falla en comprenderlo. El cuerpo y su deseo son esa profundidad que se abre ante nosotros y nos invita a saltar. Las filias y las fobias son los que protegen al individuo frente al abismo.
Escrito por: Javier Alejandro Anaya Cantoral
Psicólogo clínico con práctica desde el 2015, actualmente en formación en psicoanálisis, y docente de la Universidad Pablo Guardado Chávez. Con interés en temas relacionados con el psicoanálisis, psicología, filosofía y sociedad.
Ilustración por: Cassandra Catalina
Bibliografía:
Foucault, M. (2007). La historia de la sexualidad. 1. La voluntad del saber. (31ª Ed). Siglo XXI editores.
Freud, S. (1917-1919). De la historia de una neurosis infantil («el Hombre de los Lobos») y otras obras. (2ª Ed). Amorrortu editores.
Freud, S. (1932-1936). Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis y otras obras. (2ª Ed.). Amorrortu editores.
Kundera, M. (1989). La insoportable levedad del ser. (3ª Ed). Tusquets.