Escrito por: Daniel Anaya López
Ilustración por: Martha Saint Martin
Existen personas que nacen con la condición de experimentar sensaciones propias de un sentido, como la vista, en otro distinto, como el olfato. Por ejemplo, ante el estímulo de observar el color rojo, perciben un aroma dulce.
Ante un tacto suave, perciben un sabor amargo. Este fenómeno, tanto figura retórica como condición neurológica, se conoce como sinestesia. Es una cuestión que el gran antropólogo mexicano Roger Bartra ha abordado en sus estudios sobre el cerebro y la sociedad (Bartra, 2018, p. 44), y cuya causa natural se puede atribuir a una cuestión genética. Pero ¿qué pasaría si uno pudiera modificar de manera controlada estas alteraciones, sin los efectos secundarios negativos que ocasionan las drogas, para producir experiencias que amplíen nuestros límites sensoriales?
Todo está en el cerebro. Las conexiones neuronales son las encargadas de percibir estímulos y de interpretarlos en forma de sensaciones. Por lo tanto, es posible manipular esas conexiones de manera temporal (o bien, de manera permanente, en caso de que alguna persona quiera desaparecer para siempre las sensaciones que considere desagradables en su vida), con ayuda de la tecnología. Así como una persona que ha perdido un brazo puede ahora manipular una prótesis conectada a su cerebro, de la misma manera podríamos manipular ciertos estímulos asociados a un sentido para percibirlo con otro. Propiamente, es el transhumanismo la corriente que apuesta por estas alteraciones tecnológicas que mejorarían nuestras limitadas capacidades humanas. Aquello que parecía magia para los pensadores del siglo pasado, ya está sucediendo hoy en día.
La principal aplicación de lo que podríamos llamar “sinestesia controlada” sin duda sería en el entretenimiento. En la actualidad, estamos cada vez más en contacto con la realidad virtual, la interacción con el medio real en el que nos desenvolvemos cuando éste es distorsionado por un elemento virtual que nos hace observar una imagen que no está físicamente ahí. Esto es una ilusión, por supuesto. El ejemplo inmediato sería el videojuego Pokemon Go, en el que uno puede “cazar” pokémones que “aparecen” en el entorno y que pueden visualizarse con un teléfono inteligente.
Lo mismo sucede con cualquier videojuego donde el objetivo sea matar zombies: se portan unos anteojos y se recorre un espacio físico real que aparece repleto de seres virtuales. Se trata de una experiencia ficticia, pero que podría tener implicaciones sociales y educativas importantísimas.
Una sinestesia controlada podría ayudarnos a potenciar los efectos de cualquier obra artística. Saborear los colores de un cuadro de Caravaggio, Miguel Ángel o Dalí; percibir aromas dulces, cítricos o amaderados con una sinfonía de Beethoven; colores intensos como el rojo y el negro con el ritmo del metal, o tonalidades suaves con jazz o new age. Una obra de teatro podría hacernos percibir sensaciones táctiles a través de los colores ambientales o de la música utilizada, potencializando nuestra percepción de la trama.
Podríamos incluso pensar en eliminar las sensaciones negativas para sustituirlas por otro tipo de estímulos menos desagradables, como percibir un color amarillo en lugar de un olor pestilente, o escuchar una nota musical en lugar de un tacto rugoso. Sin embargo, sabemos que la función de los estímulos desagradables es precisamente salvarnos la vida. Si un alimento huele mal, este impulso nos previene de ingerirlo; si huele a quemado, nos alerta de un incendio; si una superficie nos quema, la sensación de inmediato nos obliga a retirarnos. Por ello, no sería práctico ni mucho menos saludable eliminar estas sensaciones desagradables de nuestra percepción.
Por ahora, volviendo nuestro enfoque al entretenimiento y al arte, podríamos potenciar estas sensaciones sin mayor riesgo. ¿Qué pasaría si, al leer un cuento de terror, cada que observáramos la letra “s”, esta estuviera teñida de color rojo; o si, en una casa del terror, cada que escucháramos un sonido agudo, como un grito, percibiéramos también un sabor amargo? ¿Qué pasaría si se utilizara este tipo de aplicaciones en terapias psiquiátricas, con personas que padecen fobias, o con aquellos que hayan perdido alguna extremidad?
Estamos a un paso de poder fundir la tecnología que disfrutamos hoy en día con nuestro cuerpo, de potenciar nuestras habilidades ya sin el uso de narcóticos que afecten nuestra salud. Pronto podremos utilizar la tecnología como un aliado para expandir nuestra mente y sondear los abismos desconocidos de nuestro propio universo cerebral.
Bibliografía:
Bartra, R. (2018). Antropología del cerebro. Conciencia, cultura y libre albedrío. Fondo de Cultura Económica.
© 2020, Celdas literarias, Reserva de derechos al uso exclusivo 04-2019-070112224700-203