Alberto Ruy-Sánchez Lacy nació en la ciudad de México el siete de diciembre de 1951. Vivió en París ocho años, donde estudió entre otros profesores con Roland Barthes, Gilles Deleuze, Jacques Rancière, terminó un doctorado y se hizo editor y escritor. Desde 1988 codirige con Margarita De Orellana la revista Artes de México, que en dos décadas obtuvo más de ciento cincuenta premios nacionales e internacionales al arte editorial.

En 1987, con su primera novela, Los nombres del aire recibió el más importante premio literario mexicano para un libro, el Xavier Villaurrutia, y se convirtió inmediatamente en un libro de culto, que desde entonces no ha dejado de ser reimpreso cada año. En él inicia una exploración poética y narrativa del deseo que continúan las novelas En los labios del agua (1996), que recibió en su edición francesa el prestigioso Prix des Trois Continents; Los jardines secretos de Mogador (2001), Premio Cálamo/La otra mirada (Zaragoza, 2002); La mano del fuego: un Kama Sutra involuntario (2007). Y Nueve veces el asombro (México, 2005).

De los 27 títulos que componen su obra de narrador, poeta y ensayista destacamos también: Los demonios de la lengua (1987, nueva edición aumentada: 1998), Con la literatura en el cuerpo: historias de literatura y melancolía (1995) La inaccesible (1990), Diálogos con mis fantasmas (1997), Una introducción a Octavio Paz (1990), Premio José Fuentes Mares.

Sus libros más recientes son Soy el camino que tomo; Luz del colibrí y Escrito con agua. Antes: La página posible, Elogio del insomnio, Decir es desear y Quinteto de Mogador.

Su obra ha sido traducida a varios idiomas y distinguida además por la Fundación Guggenheim en Nueva York, el Sistema Nacional de Creadores en México, la Universidad de Louisville en Kentucky, la Fundación Tinker a través de la Universidad de Stanford en California, y el Gobierno de Francia que lo condecoró como Oficial de la Orden de las Artes y de las Letras.

En 2006 se le otorgó el Premio Juan Pablos al Mérito Editorial, la máxima distinción que un editor puede recibir en México por su trayectoria profesional.

En 2010, fue distinguido por la Asociación Confluences, que dedicó a su obra y su entorno el Festival Lettres de Automne, de la ciudad francesa de Montauban, del 16 de noviembre al 5 de diciembre.

En 2014, la Asociación Mexicana de libreros INDELI (Instituto de Desarrollo Profesional para Libreros) “en reconocimiento a su excepcional labor de escritor y a su contribución a las letras hispanoamericanas” le otorgó el Premio “Las Pérgolas”.

En mayo 2015, el NATIONAL MUSEUM OF MEXICAN ARTS, en Chicago, le otorgó, junto con Margarita De Orellana, el Premio Elena Poniatowska.

En junio 2015, el Festival de Poesía de la Ciudad de Lugano, Suiza, le otorgó el Premio Poestate 2015.

La Feria Internacional del Libro de Guadalajara lo hizo acreedor al HOMENAJE AL BIBLIÓFILO 2017.

Un mes después, fue elegido para recibir el

PREMIO NACIONAL DE ARTES Y LITERATURA 2017, la más relevante distinción que se otorga en México a los creadores por su trayectoria.

En enero 2018, su novela Los sueños de la serpiente, recibió el PREMIO MAZATLÁN.

En abril 2019, por su obra poética, le otorgaron el PREMIO CARACOL DE PLATA. Del Festival de Poesía de Puerto Vallarta: LETRAS EN LA MAR.

Con frecuencia imparte conferencias en Europa, África, Asia y América. Ha sido varias veces profesor invitado en Stanford University, en Middlebury College y durante cinco años dirigió el seminario taller de Creative Non Fiction en Banff Center for the Arts en Canadá.

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Alberto Ruy Sánchez

La entrevista estuvo a cargo del Dr. Fernando Montoya, director del Colegio de Filosofía y Letras de la UCSJ, así como de las estudiantes de la licenciatura en Escritura Creativa y Literatura.

Si hablamos de la tradición literaria ¿cuáles son las similitudes que existen entre México y Marruecos?

Alberto Ruy: Es muy interesante tu pregunta porque me lleva a mencionar algo que me parece sustancial en la manera cómo concibo mi trabajo de escritor: una y otra vez, en cada libro, en cada proyecto de varios libros y textos dispersos he tratado de escapar a lo que se podría considerar una tradición literaria. Primero de manera espontánea.

He escrito lo que he sentido que necesito escribir buscando los instrumentos técnicos de todo lo que me rodea. No sólo de la tradición literaria. La estructura principal de Los nombres del aire, por ejemplo, está tomada de un tipo de textiles indígenas mexicanos tejidos en forma de tubo cuyas figuras en la cintura cuenta una historia circular. De la misma manera que Fatma, en su ventana, con un gesto misterioso, caminará enseguida hacia su pasado que explicará por qué tiene esos gestos en la ventana. No es un típico flashback cinematográfico que es un rompimiento de la línea del tiempo o un paréntesis claramente establecido, es un viaje circular. Es texto tiene un primer armazón que está tejido así. Luego, en el tratamiento de cada fragmento del texto, he usado la estructura de un edificio, el baño de vapor donde cada recámara tiene un valor en sí mismo. Y una continuidad, posible, no impuesta, cuyos avances son indicados por sensaciones, como en el baño público o hammam, por formas e imágenes sensoriales, no por un suspenso en el contenido de la historia.

Estos dos elementos primordiales en mi taller personal de escritura, y hay muchos otros, no tienen a mi entender nada que ver con la tradición literaria mexicana ni con la marroquí. Pero tienen que ver con la cultura de ambos países, más allá de sus costumbres e historias literarias.

He dedicado varios ensayos, que pronto formarán un libro, sobre las diferencias y similitudes, es decir sobre el parentesco profundo entre México y Marruecos. Comenzando por la lengua, por todo lo que hay vivo de árabe en la lengua española que hablamos todos los días. Una de las razones por las que la ciudad de Mogador me sedujo es porque es un núcleo de mestizajes muy intensos.

Cada uno de mis libros parte de un principio fundamental: tengo que buscar arduamente y encontrar la forma más adecuada para lo que quiero contar cada vez porque no existe una forma previa que se ajuste lo que es necesario decir, explorar, proponer. La forma de un libro es contenido y es también una palabra que nunca había sido pronunciada de esa manera. No es un banal deseo de originalidad sino la necesidad profunda de encontrar la forma literaria más adecuada para cada ocasión, crearla.

¿Cuál fue la formación literaria que adquiriste en Marruecos?       

AR: Ninguna formación formal. Lo que vi en las calles, los edificios y las plazas; lo que aprendí de las personas maravillosas que he ido encontrando, de los talleres de artesanos que he ido conociendo aquí y allá, de algunos comerciantes asombrosos, de las celebraciones populares y rituales a las que me ha sido dado asistir, lo que me llevó a los libros y algunas veces a los archivos. He aprendido muchísimo allá y sigo aprendiendo, pero no en una escuela.

En Marruecos existe muy vivo el concepto de Maalem, el maestro en el sentido artesanal, alguien que hace su oficio en su taller con maestría y los aprendices a su alrededor son transformados aprendiendo de su ejemplo profesional y vital. Volverte aprendiz de un Maalem calígrafo equivale a una iniciación espiritual y artesanal a la vez. Una amiga mía, que comenzó siendo lectora, estudiosa y traductora de mis libros mogadorianos al italiano, Caterina Camastra siguió esa formación, además de ser una doctora en letras e investigadora en la antena de la UNAM en Michoacán, hizo ese recorrido profundo y lo hizo de una manera admirable. Puedes ver su trabajo de calígrafa en la edición final de mi Quinteto de Mogador. Para mí, varias personas han sido mis Maalem marroquíes. Me han formado. Antes que nadie la escritora, profesora y diplomática Oumama Aouad Lharech. Imagina que Magui, mi esposa, la presenta como “la que me inventó.” Su alumna, también profesora y ensayista, y mi traductora al árabe, Fatiha Benlabah. Ambas han sido rectoras y fundadoras de una Universidad de estudios lusohispanos vinculada a la Universidad Mohamed V de Rabat. También, más brevemente, aprendí mucho de otra sabia, la ensayista Fatema Mernissi, Premio Príncipe de Asturias compartido con Susan Sontag. También me ha formado un hombre excepcional, André Azoulay, consejero del Rey, gran transformador y guardián del patrimonio multicultural de Mogador Essaouira. También debo mencionar a otra persona excepcional que me ha formado, Luce López Baralt. Aunque ella no es de Marruecos, es la mayor conocedora de los mundos árabo hispanos y tanto su cercanía amistosa como su labor han sido parte esencial de mi formación de conocimiento y amor hacia Marruecos y su cultura. Todas estas personas son mucho más que amistades, son guías de vida y labor, han sido mis Maalem.

En un momento donde la angustia está cada vez más presente ¿dónde encuentras la belleza?

AR: En todo lo que se aleja de la prepotencia del poder, que funciona siempre por groseros estereotipos y dogmas. Donde veas todos esos signos del afán totalitario que nos rodea invasivo, del mal banal que propaga quien abdica de ejercer la razón, aléjate un poco y encontrarás belleza. Literalmente, debajo de las piedras.

¿Cómo ha transformado la cuarentena tu escritura?

AR: Me hubiera gustado que no fuera esta cuarentena la ladrona de tiempo que es. El encierro es para mí parte del oficio. Pelear por el encierro y la soledad es una forma de vida. Esta cuarentena ha traído una invasión tremenda de la privacidad.

Por un lado, la urgencia de hacer sobrevivir desde casas los proyectos culturales que por naturaleza son de recursos limitados, es mucho más absorbente y las horas no alcanzan.

Por otro lado, todo mundo pide un video de un minuto o una mesa redonda Zoom en cualquier ciudad donde mis libros aparecen. Antes mi espacio de escritura era mío, ni teléfono, ni internet entraba ahí. Ahora es de quien toca la puerta, necesariamente. Todo es emergencia o apoyo a una necesidad de alguien. Porque esto es un “estado de excepción” y así habría que llamarlo. El término nueva normalidad es una mentira edulcorante. Cuidarse es también no dejarse llevar por la ola anímica que viene con el virus.

¿Cómo comenzaste tu relación con los libros?

AR: Mi madre me enseñó a leer cuando vivimos en el desierto de Baja California simplemente porque no había ninguna escuela cerca. Luego, al regresar a la ciudad de México, las reuniones familiares de esa extensa familia migrante del norte de México al centro, en las que todo mundo contaba cosas divertidas fueron mi primera relación con la literatura oral. El placer de escuchar y contar historias. Naturalmente, luego le exigí a los libros ese placer. Los libros vinieron mucho después, cuando mi padre me regaló una colección de libros infantiles de los que él había hecho las portadas. Desde niño, que mis padres me dejaran vagar a mis anchas en una librería, tocando y picoteando todos los libros posibles, me hacía muy feliz.

¿Qué te inspiró a escribir poesía sobre las jacarandas?

AR: Soy un “anotador” de cosas de todos los días, muchas de las cuales se convierten en libretas o papeles sueltos completamente ilegibles. Inservible y dispersos. Pero algunas veces esos papeles perdidos se juntan con otros y van formando algo más: textos que a veces son poemas, pero no necesariamente. En el caso de las jacarandas, durante sus meses todo lo que anoté sobre ellas se sumó a un montón de fotografías y videos. Cada año hacía lo mismo y surgieron video poemas. Unos doce cada año durante cinco años por lo menos. El asombro estacional se convirtió en curiosidad de varias cabezas: comencé a ver a las jacarandas como un lenguaje urbano. Ellas hablan muchísimo: de la conmoción de su belleza. Del rechazo que despiertan en muchas personas porque caen compulsivamente, invaden y rompen las banquetas si están mal sembradas, estorban la barbarie de los cables, ensucian los autos y la tranquilidad compulsiva de quienes no tienen la capacidad de ver belleza en las flores sobre el piso. Otro rechazo del que hablan ellas es el de quienes la rechazan por no ser mexicana. Y entonces desciende el tema a la discusión sobre la migración de personas y de plantas, el nacionalismo lleno de prejuicios y sinrazones. Ya para entonces había que escuchar lo que grandes filósofos y escritores dicen sobre la sabiduría de los árboles en general para comprender la importancia filosófica de lo que nos dicen las jacarandas: cómo nos hablan finalmente del sentido de la vida. Y escuchar además a todas o a muchas de las personas que las mencionan, desde tuits hasta en poemas, durante los últimos cien años. La investigación imponía una antología de jacarandas que se convirtió al final en un collage de citas.

La estructura del libro, de lo uno a lo múltiple, del primer asombro a la pluralidad de voces fue tomando una estructura arbórea. Un tronco firme y profundo, y varias ramas, unas más hacia la calle, otras más hacia la casa. Árbol que alcanza ideas de altura antes de convertirse en un coro nutrido, como los árboles de las jacarandas. La coda es como la llegada de la noche, donde lo que ya no se ve se sabe presente, donde la jacaranda dice cosas hasta cuando calla.

¿Qué estás leyendo en este momento?

AR: Como siempre, voy por varios caminos paralelos, saltando de uno al otro:

El momento actual impone buscar instrumentos para comprenderlo mejor y Magui De Orellana y yo hemos encontrado en Hanna Arendt, más allá de su indispensable Orígenes del totalitarismo, un apoyo luminoso. Magui y yo leemos juntos su biografía y nos desviamos hacia los ensayos que se van citando. Esta mañana los que ella escribió sobre Walter Benjamin y sobre Isak Dinesen, que nos gusta mucho y cuya casa africana visitamos en Nairobi.

Estoy trabajando para una conferencia sobre la autonomía del pensamiento en el género del ensayo. Regreso con entusiasmo a los ensayos de Montaigne encontrando cosas nuevas con esa perspectiva, voy al clásico de su amigo La Boetie sobre La servidumbre voluntaria, retomo pasajes de Masa y Poder de Canetti, y de El pensamiento cautivo de Milosz, entre otros.

Estoy terminando un libro de poemas sobre las transformaciones imaginarias y reales de los enamorados, cada día. Por lo que Ovidio se vuelve más y más sugerente, de sus Metamorfosis a Las Tristes, a su Ars Amandi y a los poemas breves de sus Amores. Pongo fragmentos de los textos en internet y en las respuestas tengo testimonios vivos de metamorfosis amorosas vividas por otras personas. Mi propia experiencia se ensancha, se condimenta, a ratos se vuelve más interesante.

Pero lo principal de mis lecturas es una novela vinculada a la vida de Anna Akhmatova, sobre el poder, la poesía y la envidia. La bibliografía es inmensa, llevo muchos años documentándola. Pero ahora trabajo sobre los testimonios vivos de gente que conoció circunstancias comparables a las de ella o a las de otros personajes. Me acaba de llegar el testimonio de un guardaespaldas de Stalin que la conoció. Muy interesante. Y el libro sobre ella que escribió su amiga Nadieshda, la viuda de Ossip Mandelstam. Ya en mi libro Con la literatura en el cuerpo escribí sobre su fabuloso testimonio Contra toda esperanza. Este otro relato cuenta cosas muy divertidas, como la descripción del libro irónico que estaba haciendo Anna Akhmátova para identificar delatores y Stalinistas que se hacen pasar por amigos para espiarla. Un libro perdido, hasta ahora. Por lo tanto, reinventable. Esta novela está en su proceso final, su manuscrito es mi lectura principal y obsesiva en estos días. Y al releerla se vuelve necesario revisar alguna referencia, descubrir o confirmar algo.

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