La entrevista se realizó vía videoconferencia el 19 de agosto de 2021 a las 16.00 horas. Con la participación del Director de la Revista Celdas Literarias y Director del Colegio de Filosofía y Letras de la UCSJ, el Doctor Fernando Montoya, de igual forma, el encuentro estuvo a cargo de Alondra Ibarra y Ana Quintana, estudiantes de la Licenciatura en Escritura Creativa y Literatura y miembros del equipo editorial de la revista.
En el libro Cuentos para el fin del mundo se presenta un cuento llamado “El festín” en donde muestras recursos de la literatura contemporánea (como la metanarrativa) y un tratamiento al horror, ¿qué se necesita para conformar estos nuevos recursos literarios y crear el “horror contemporáneo”?
Pedro M. Aguilar: Nació como un homenaje a otro cuento muy conocido llamado La cena de Alfonso Reyes (de hecho aparece en el epígrafe). Desde el nombre de El festín se muestra un gesto que lo podríamos llamar metaliterario o metaficcional; la cuestión meta, referir dentro de un texto de ficción una reflexión sobre la propia ficción o incluso que los personajes lleguen a ser conscientes que son personajes, como pasa en el libro Niebla de Unamuno (me encanta esa novela y por supuesto es una influencia fuerte en este cuento). Cuando pasa ese tipo de cosas que le podríamos llamar casi parodia de sí misma es porque los géneros han llegado a un momento de crisis en el cual no puedes avanzar más sobre el mismo modelo tradicional; en el caso de este cuento, el modelo tradicional del que partiría es del cuento de terror típico en donde inicialmente tenemos un escenario donde parece que las cosas están bien, pero poco a poco se comienza a descomponer el paisaje y la psicología de los personajes hasta que, de repente, entramos a una especie de pesadilla y eso nos desemboca un desenlace fatal. Por decirlo de algún modo esta estructura es clásica como en los cuentos de Edgar Allan Poe.
Muchos narradores del siglo XX y del siglo XXI, desde mi perspectiva, el cuento entra en cierta fase de crisis en la cual es “renovarse o morir”. Parte de esa renovación pasa por estos gestos metaficcionales. Con el tema del horror considero que muchos de quienes nos formamos en la escritura de cuentos ha sido fundamentalmente en este género porque, de todos los tipos de cuentos que puede haber, el cuento de terror es el que nos da una estructura más sólida por la tradición. Los cuentos, en su manera tradicional funcionan por el final: lo primero que necesitas para escribir un cuento casi es siempre cómo va a acabar y en el género del terror te lo da prácticamente natural. El lector necesita ese final desasosegado o un giro climático que quizá una historia de amor no te daría. Me pareció interesante cuestionar esa misma estructura que tenemos más interiorizada del cuento.
Para El festín, la pregunta, más importante para mí, era “¿quién es el culpable de la muerte de los personajes?”: cuando estás en el papel del narrador muchas veces es probable que se mueran personajes. Pero ¿en eso a ti qué te convierte? ¿te convierte solo en un narrador y ya que está haciendo su mundo de ficción donde no pasa nada o hay responsabilidades como si fueras asesino de segundo grado? Entonces, creo que hay cierta culpa cuando matas a ciertos personajes y que vale la pena reflexionar sobre ella; no es que deba de haber un castigo o una censura hacia los escritores que matan a sus personajes (pasan todo el tiempo), sino que creo que se ha complejizado este fenómeno metaliterario y son las siguientes preguntas que nos debemos hacer en un mundo donde la gestación de vida se puede dar fuera del cuerpo humano. ¿Por qué no preguntarnos, hasta qué punto los personajes de una historia de ficción están vivos o no? Son este tipo preguntas que van de acuerdo con nuestro momento.
Se piensa que la ciencia ficción solo se puede presenciar en textos narrativos o en películas. Pero, ¿cómo se logra trabajar este género en la poesía como en el caso de tu libro Bitácora Extraterrestre?
Tanto Cuentos para fin del mundo como Bitácora Extraterrestre, tienen componentes apocalípticos que fueron anteriores a esta locura del COVID-19. Toda esta literatura ya lleva bastantes años produciéndose, cuando escribí este poemario dije “A mí lo que me preocupa de la ciencia ficción es que, desde hace mucho tiempo, es muy extraño que los futuros que nos pinta sean utópicos.” Casi siempre son distópicos y eso nos está hablando de la crisis de un género, en este caso el de la ciencia ficción. Creo que en su momento fue una gran revelación que además de utopía se pudieran hacer distopías, pero ya llevamos décadas de literatura distópica. Mi libro tiene parte de distopía pero si lo escribí fue un poco por la necesidad de cuestionar los límites de esa distopía y hasta dónde puede haber una posibilidad de un nuevo mundo en donde los contrarios se topen y la distopía nos lleve a una nueva utopía. Creo que es lo que necesitamos en esta época, una nueva forma de imaginar el mundo. Para esa nueva imaginación tuve primero que destruir el mundo y qué tipo de mundo estaba destruyendo; la ciencia ficción que ahí practico es muy personal porque no parte de presupuestos típicos como los robots, las máquinas, la inteligencia artificial, etc. Aquí es una cuestión pura del lenguaje.
¿Qué sucede con el lenguaje en una situación donde ya no hubiera seres humanos pero que tenemos este dispositivo de bitácora (puede ser una nave espacial o una computadora) que se autoreplica y habla en el vacío? ¿Qué pasa con el lenguaje una vez que el Planeta Tierra ya no existe y, por lo tanto, los seres humanos tampoco? El lenguaje, (por muy terrible que haya sido lo que haya llevado al mundo a destruirse) sigue sobreviviendo por sí mismo, tiene como una especie de autonomía. Esa fue la utopía con la que soñé en ese libro, la posibilidad detrás de la distopía del fin del mundo hubiera un lugar bueno donde la poesía, en este caso, un lenguaje más amplio y figurativo, las imágenes libres del lenguaje se pudieran replicar en el vacío. Esa huella de arte o de humanidad que, pese a todo, quedará ahí, flotando.
Existe una idea de tratar a la narrativa y a la poesía como dos entes completamente diferentes, ¿cuál sería el hilo que permite converger a estos dos géneros literarios?
Seguramente no hablaremos de poesía ni de narrativa, sino, solo de literatura. Desde la poesía es sumamente notorio en el sentido de que la poesía, desde casi inicios del siglo XX, es fundamentalmente una poesía que se lee en voz baja y, por lo tanto, es una poesía que no necesita cumplir con la métrica establecida, sino que, puede darse el lujo del verso libre; eso no es ni bueno ni malo, lo que nos dice es que es una poesía que ya no está hecha en términos musicales, por lo tanto, se está alejando de su supuesto origen que sería la lírica. Lo mismo con la narrativa, vemos el discurso periodístico, el discurso médico, etc, vemos una serie de collage de géneros en donde hablan de que los géneros se están renovando y es algo bueno porque eso nos va a dar más libertad tanto para escribir como para interpretar. Se unen en esa necesidad de libertad. Pero, debemos de recordar que alguna vez estuvieron unidos; en la épica milenaria, era poesía que contaba sucesos y su objetivo fundamental, antes de ser cantado o escucharse bien, era transmitir una historia de todo un pueblo.
La historia se repite circularmente y esa podría ser otra explicación.
¿Consideras que un escritor principiante deba animarse a expandir su vocabulario para que sus escritos se acerquen más a lo que quiere decir en ellos?
¿Cuál es el papel del poeta contemporáneo en la sociedad moderna?
El ser poeta, desde mi perspectiva, es darle el mejor uso que pueda al lenguaje. No puedes defraudar a quienes te vayan a leer, el esfuerzo que pongas en ello se debe ver reflejado y tener un verdadero compromiso. Para mí eso es ser un poeta. Todo tema es “literalizable”, pero debe haber calidad en ello.
¿Qué les aconsejas a los jóvenes que quieren escribir poesía en la actualidad?
Un consejo importante es investigar porqué la poesía ocupa ese lugar. Cuando entendemos todo ese entramado, nos damos cuenta de que no somos víctimas: la situación es así y tú decides si dentro de esa marginación vas a seguir adelante, ahí uno descubre si uno tiene vocación para ello.
Otros dos consejos más prácticos: leer mucho y leer de todo. No hay que tenerle miedo a los clásicos, pero tampoco dejar de leer lo más reciente. Sobre todo, no discriminar: si un libro es bestseller tienes que leerlo porque, por algo es importante. También tenemos el derecho de que si no nos está gustando un libro, tenemos el derecho de dejarlo y pasar con el siguiente, luego podemos retomarlo. Siempre hay que leer por gusto.
Un último consejo es ir a los talleres. En los talleres nos vamos a encontrar con gente que también quiere aprender. Esto me ha servido para mejorar y darme cuenta de cosas de mi escritura que no me había imaginado y solo me atreví a ver cuando le di esos textos a todo el mundo. Es un poco desnudarte y exponerte, lo que te digan, tú decidirás con qué quedarte.
Esos serían mis consejos.
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